"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 31 de enero de 2011

0.0

Tenía un post escrito para publicar hoy acerca de la vida en comunidad, mañana lo publico.

Iba a hacerlo hoy, pero me encuentro con que la madrugada del pasado domingo, una niña de 18 falleció víctima de un accidente de tráfico. No deja de ser una noticia tristemente común si no fuera porque la chica había sido novia de mi primo durante un tiempo considerable. No dejaría de ser una noticia familiarmente lamentable si no fuera porque la chica era hija de un reconocido actor español. No dejaría de ser una noticia patética si no fuera porque me he enterado por La Noria antes que por la familia. Qué triste.

Una noticia así te deja siempre un poco tocada, pero más si es alguien a quien conoces, o te es cercano, o es una chica de 18 años que volvía a casa cuando un conductor irresponsable embistió su coche circulando por dirección contraria. Superaba cinco veces la tasa máxima de alcoholemia permitida.

Es súper fácil hacer la clásica crítica de lo peligroso que es beber y luego conducir, pero aquí nadie puede tirar la primera piedra. Yo jamás bebo cuando conduzco, pero me he montado en coches conducidos por gente que había tomado un par de copas, y he permitido que amigas y amigos cogiesen el coche aunque hubieran bebido. Y encima he dicho "dame un toque cuando llegues".

No tengo, por tanto, potestad para decir a nadie lo que debe o no debe hacer.

Lo que sí puedo hacer es dar una realidad objetiva: que una niña de 18 años pierde la vida por una irresponsabilidad que se podía haber evitado. Lo que sí puedo decir es que una familia, o varias, unos amigos y amigas y un país entero se conmocionan cada día por sucesos como este, por tragedias que tienen un código pin que puede evitarlas:

0,0.


Intento buscar una fotografía que ilustre este post y no la encuentro, o no la quiero encontrar.


No es mi responsabilidad, ni la tuya, el dolor y el sufrimiento de tantas personas.

Pero tener cabeza al volante sí. Responsabilidad mía, tuya, y de todo el mundo.

Al volante, responsabilidad. Al volante, 0,0.

domingo, 30 de enero de 2011

Vivir en comunidad

Acabo de llegar a casa después de un finde en mi segunda casa de perreo total, y no me refiero al "perrea perrea" de reggaeton chungo, sino al "perrear" de pegarse un finde en el sofá jugando a la consola, viendo pelis y comiendo cosas que tienen más calorías de las que objetivamente me puedo permitir.

Volvía yo llena de paz y armonía a mi hogar cuando, al salir del garaje, me he dado cuenta de que la puerta estaba abierta. Lo de dejarse la puerta abierta es una costumbre en mis vecinos y vecinas, y me repatea hasta cotas insospechables, básicamente porque con la puerta abierta se cuela quien quiere y acampa en nuestro garaje, que el hecho en sí no me fastidia especialmente, pero la cosa cambia cuando, al salir, lo hacen subidos en uno o dos coches que se llevan por todo el morro.

Ya pasó hace un par de años que nos entraron en el garaje y se llevaron la primera planta íntegra, salvo dos o tres tartanas que no merecían la pena. Cuando l@s dueñ@s de los coches fueron a cogerlos, se dieron cuenta de que sólo estaban las rayas pintadas en el suelo que delimitan las plazas y claro, la que montaron fue pequeña. Sin embargo, siguen dejándose la puerta abierta todos los días del año, y sólo la cerramos quienes no nos quejamos nunca ni ponemos el grito en el cielo.

Vivir con vecin@s tiene su aquel. En mi edificio somos exactamente 48 pisos, en cada uno de los cuales vive un número de personas que cambia con el tiempo, así que es imposible determinar cuántas personas somos exactamente. Poniendo unos aquí y quitando otras allá, calculo que, de media, somos unos 150 vecinos y vecinas, que se dice pronto pero es una barbaridad.
Todas estas personas compartimos 3 ascensores, tendederos, trasteros, cuarto de basuras, 2 garajes, un jardincillo y el portal.

Estar rodeada de personas tiene sus cosas buenas: te pueden dejar sal, azúcar, un huevo y poco más (porque pedir una lechuga o un filete de ternera queda raro) y pueden ser una ayuda fundamental en caso de catástrofe vecinal (inundación, incendio, momento dramático en el que te das cuenta de que te has dejado las llaves puestas). Fin de las ventajas.

Las desventajas, sin embargo, se cuentan por unidad seguida de ceros, y es que la convivencia no es nada fácil. Si has visto Gran Hermano, sabrás que, en la casa, todo se vive con mucha intensidad.

Para empezar, la eterna discusión del montacargas. Para quien no lo sepa, el montacargas es un ascensor sagrado, porque es el único que baja al garaje, que cuando se trata de meter un perro hay que llevarlo estrictamente sujeto para que no se manche pero cuando hay una mudanza se vuelve la embajada de Sarajevo, todo lleno de tierra, escombros, yeso y un sinfín de mierdas más.
Ese ascensor está muy cotizado, claro, porque la totalidad de l@s vecin@s lo necesitamos para bajar a por el coche. Jode más bajar en ascensor hasta el portal y luego dos pisos andando que bajarlos todos andando, es así.

Por este motivo, hay que pedir vez (poco más o menos) para llamar a este ascensor. La gente encima tiene el morro de, una vez que llega a su piso, aguantar la puerta abierta un rato mientras charla con la vecina, y mientras tú te consumes en tu piso esperando que lo suelten para transportarte hasta el garaje o el portal.

Otra cosa que es digna de estudio son las juntas de vecinos. Está el clásico vecino que jamás va, pero se queja por sistema de cualquier decisión que se tome y está el clásico vecino que va a todas, pero sólo para mirar, chistar, y, al llegar el momento de votar, abstenerse porque no lo tiene claro. Está la vecina que va pero "no opina sin consultar con su marido" (que suele ser un tipo de los dos mencionados anteriormente) y está el matrimonio joven, recién llegado, que con su optimismo de novatos quiere conciliar todo el rato. Con este panorama, aprobar el presupuesto para hacer los trasteros costó en mi comunidad 14 años (sólo).
Ya no hay más gente, porque el resto de la comunidad pasa en estéreo de las juntas. Gente muy joven, gente muy vieja, gente demasiado tirada y gente demasiado estirada no aparecen jamás por allí. Tampoco protestan luego, así que les aceptamos y les queremos como son, al menos en este campo.

Porque toda esta gente que no va a las juntas da por saco en otros muchos aspectos.

La gente mayor, por ejemplo. Son como topos, salen de donde menos de lo esperas. También son como murciélagos, que duermen en sus cuevas e hibernan durante gran parte del año, aunque parezca que no están siempre se enteran de todo. Félix Rodríguez de la Fuente hubiera dicho mucho del paralelismo entre vecindades y ecosistemas.
Volvemos a los vecinos viejun@s: tú haz un ruido si tienes huevos. A la mínima que lleves a un par de amig@s a casa a tomar algo, ya se están quejando. A la mínima que pongas música a un volumen agresivo para su Whisper XL (volumen normal para cualquier otra persona), ya están protestando. A la mínima que te pares en las escaleras del portal a charlar con alguien, ya están refunfuñando porque obstaculizas el paso, total, ¿para qué? ¿tendrán prisa? ¡Si ya has vivido 80 años, qué te costará esperar 15 segundos más!

La gente joven, sin embargo, también se las trae, y cuando digo joven me refiero a la franja de edad comprendida entre los 0 y los 18 años. Igual de chungo es que te toquen dos criaturas de 8 y 10 años respectivamente que madrugan los fines de semana para ver sabe dios qué programa de monstruos horribles, que que te toque un vecino adolescente en plena etapa existencial de su vida que se pasa el día intentando aprender a tocar el piano para conquistar a su amada. No te puedes hacer una idea de las veces DIARIAS que toca mi vecino de 15 años de al lado "Every thing i do, i do it for you", de Brian Adams. Y siempre la caga en la misma nota. Me dan ganas de entrar en su casa sin llamar y decirle:

- ¡¡Que no es un "mi"!! ¡¡Que es un "do" como una catedral!! ¡Y llévatela de copas, que el piano está desfasado!


Y así sucesivamente. Lo bueno es que cuando llevas toda la vida vivendo en comunidades de vecinos, es fácil distinguir a todos los tipos de vecinos y vecinas que existen para saber lidiar con ell@s.

Batallar con tus vecin@s es fácil.

Lo difícil es ganar la batalla..



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viernes, 28 de enero de 2011

El Principito

Desde que estoy en un puesto de responsabilidad y tengo que hacer 27.000 programas y proyectos, me paso el día leyendo libros, biografías, cuadernos y cuadernillos acerca de la apasionante y siempre útil psicología evolutiva. Si alguien vuelve a nombrar la palabra "desarrollo" juro que no me hago responsable de mí misma ni de mi reacción.
El hecho de estar todo el día como una ratoncilla de biblioteca, metida entre libros, me tiene a todas luces trastornada y me da por hacer cosas insospechables.

Estaba ya cansada de tanta teoría y tanto estudio y lo he dejado un rato, así que para desengrasar me ha dado el siroco y me he puesto manos a la obra con la también emocionante tarea de ordenar los armarios, que falta les hacía, porque en cuanto yo meto la mano en una estantería la descabalo por completo, aunque sólo haya cogido un libro. Por alguna extraña razón que se me escapa, soy incapaz de mantener ordenado un armario, y lo peor es que encima me repatea verlos desordenados. Me pasa con frecuencia que entro en conflicto conmigo misma por mis propias contradicciones, que son muchas.

Así que estaba yo en mi despacho rodeada de libros y más libros que se amontonaban en pilas cuando ha llegado a mis manos un clásico entre los clásicos:





El Principito llegó a mi hogar cuando yo tenía unos 8 años, me lo regaló mi madre en versión original, en francés, porque la familia de mi madre es bilingüe en ese idioma y ha tenido siempre un afán desorbitado por contagiarme la pasión por todo lo que tenga que ver con nuestro país vecino.
Recuerdo que al leerlo, no me gustó nada de nada: el Principito me cayó fatal y no entendí la mitad de las cosas que decía, se me hizo pedante, aburrido y en definitiva, un castigo.
Muchos años más tarde, cuando terminé el cole, lo recuperé para darle una segunda oportunidad, que es algo que yo hago mucho con los libros. Aunque la primera vez que me los lea me parezcan un petardo, suelo darles una segunda oportunidad por si el error era mío y no del libro. Si a la segunda vez siguen sin gustarme, entonces los destierro por los siglos de los siglos y les pongo cruz en mi Lista de Libros Indeseables.

Al leerlo de mayor, cambió por completo mi perspectiva. Creo que "El Principito" es uno de esos libros que se incluyen en formato de literatura infantil y en realidad son libros para adultos, lo que le pasa un poco a "Los Simpsons", una serie que por ser de dibujos animados parece que va dirigida a un público infantil pero al verla te das cuenta de que su contenido está claramente dirigido a un público mucho mayor.

Me encantó. Lo disfruté mucho, me inspiró infinita ternura, entendí al Principito y todo lo que contaba, y por eso hoy, cuando ha caído en mis manos una vez más, no he podido evitar sonreír y ojearlo, parándome, como no, en mi página favorita.




Podría contar tantas y tantas historias del libro que no cabrían en un post, pero me quedo con una frase del prólogo y la dedicatoria del autor, una frase que a veces se nos olvida y que en adelante, ilustra la cabecera de mi blog:


"Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. (...) quiero dedicar este libro al niño que este señor ha sido. Todas las personas mayores fueron primero niños. (Pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

A León Werth, cuando era niño.

miércoles, 26 de enero de 2011

Vértigo

Hoy hemos ido con los más peques al parque a jugar. En realidad íbamos a "conquistar el castillo", que no era más ni menos que un columpio de esos gigantes con toboganes, puentes colgantes, escaleras de todos los pelajes y huecos para que se descoyunten l@s niñ@s que, inocentes, juegan a su rollo. Lo que es un columpio de área infantil, vaya.

El camino se nos ha hecho tan largo que en un momento he creído que estábamos yendo a Santiago de Compostela en vez de al polideportivo del barrio. Las clases de 3 años creían morir, y ya ni cantaban "El Tallarín" ni nada de nada, sólo lloriqueaban en voz bajita y perdían los guantes por el camino. Criaturitas, estaban agotadas.

Hemos llegado al parque y se les ha pasado el cansancio de un plumazo. Se han soltado de la fila y han salido corriendo desesperadamente como si llevasen un mes encerrad@s en una jaula. Ya podíamos haber perdido la voz gritando "¡¡NO CORRÁAAAAAAIS!!", que hubiera dado igual. Decenas de columpios a cual más peligroso, con decenas de colores y tierra para jugar sobreestimulan a cualquiera, incluída una servidora, que sin que se me viera mucho he salido detrás del grupo para montarme en el balancín, que me apasiona.

Allí estábamos pasándolo pirata cuando de repente se ha oído una vocecilla gritar desde lo alto:

- ¡¡¡Me da miedo...!!

Y acto seguido un llanto ensordecedor y gritos intercalados. Desde "El Exorcista" no se había visto cosa igual.
Me giro desde el balancín (no iba a salir corriendo así porque sí, que perder el sitio en el balancín es una putada) y veo a una chiquitina encaramada en lo alto del castillo, muerta de miedo porque no podía bajar ni tampoco seguir, le había dado el vértigo maligno.

Tengo vértigo casi desde que tengo uso de razón. Terapias de choque, alturas, lanzamientos por tirolinas, escalada, regresiones a la infancia en búsqueda de traumas escondidos y ejercicios de relajación, nada me ha conseguido curar ese miedo atroz a las alturas. Lo duro que es vivir en un sexto piso y tener vértigo no lo sabe nadie, pero por más que me intento superar soy incapaz de asomarme por la ventana.

Si para mí misma tengo vértigo, no quiero contar el que tengo cuando se trata de l@s niñ@s. Cada vez que veo uno subido en una altura considerable me vuelvo loca, porque lo paso fatal. Donde otr@s ven un niño inocente subiendo a un columpio, yo veo brechas, caídas y no digo qué más cosas para que no se me tache de paranóica. Pero conste que lo veo.

Y ahí estaba yo, con mi vértigo, paralizada ante una niña que estaba tan paralizada como yo, las dos con nuestras parálisis personales sin saber que hacer.

En ese momento de tensión máxima he superado mi vértigo, me he subido a lo alto del puñetero castillo y al más puro estilo "Impacto Total" he llevado a cabo un rescate completamente arriesgado, principalmente porque, de los nervios, la niña me estaba pegando unas patadas en el estómago que me estaban dejando sin respiración.

He bajado del columpio infernal y me he dado cuenta de que por primera vez, he superado la situación y no la situación a mí. Sólo la gente que tiene vértigo sabe lo que supone para una persona con miedo a las alturas subirse a una de ellas, es como si alguien con miedo a los perros se encierra en el salón con un doberman. Todo un ejemplo de iniciativa personal.

En la práctica sigo teniendo vértigo, pero esta es la primera vez que consigo subir a una altura sin tener sudores fríos, sin que me tiemblen las piernas, sin que se me acelere el pulso. Es la primera vez que subo a una altura y sobrevivo a ello en mis plenas facultades. Ojo la cantidad de cosas que nos enseñan l@s niñ@s.

¿Será que estoy creciendo?


martes, 25 de enero de 2011

Reflexiones desde el frío

Hace un frío de cojones, pero eso no lo tengo que decir porque lo vivimos en nuestras carnes, nada nuevo bajo el sol (porque sol hay, pero su función de aportar calor la tiene aletargada, por ahora sólo engaña a l@s viandantes que despistados, sacan el abrigo de entretiempo y se pasan todo el día tiritando de frío).

Además, hoy es (aunque el día acaba de terminar, pero yo hasta que no me acuesto no doy por finalizados los días) según un científico inglés, el peor día a nivel de ánimos de todo el año 2011 (si quieres leer un poco acerca del estudio, pincha aquí), y uno de los factores que influyen es el clima general que asola este país y que hace que el agua salga del grifo preparada para echarla en un vaso y servirte un mojito, así, a modo de hielo picado.

Yo soy muy de engrosar las estadísticas, que para algo se molestan en hacerlas, y no podía ser menos:

QUÉ ASCO DE LUNES.


Una de las cosas que más me molestan del mundo es que el propio mundo me quiera cambiar; el mensaje que me mandaba el mundo hoy era "no puedes dejar que te afecte lo que la gente te diga".

Pues mira, mundo, qué quieres que te diga, hay días en que me lo quiero permitir. Enfadarme porque me dicen algo que me sienta mal, que me duela la cabeza o echarme dos cucharaditas de azúcar en el café, y punto y final.

En vez de preocuparte por mí, mundo, preocúpate por todas esas adolescentes (y no tan adolescentes) que salen estos días de frío polar con manoletinas a la calle aún a riesgo de que les tengan que amputar los dedos de los pies por congelación, a lo montañeras escalando el K2.

Preocúpate por las ventanas de mi despacho, que dejan pasar a todo el frío polar sin pedirle el DNI, ni mirar si lleva zapatillas o zapatos, sin reservarse el derecho de admisión.

Preocúpate por la rueda delantera derecha de mi coche, que está entre que se pincha y no se pincha y me tiene en un sinvivir pensando en que me voy a quedar tirada en el arcén en cualquier momento de la vida.

Preocúpate por el teleoperador de Movistar que me ha vuelto a despertar a las 7 de la mañana, y al que he querido matar con mis propias manos porque lleva haciendo lo mismo dos semanas, y no atiende a razones, ni a lagrimitas ni a amenazas.

Preocúpate por las acelgas del comedor, pobrecillas, cómo pueden ser llamadas "comida" con ese color y ese sabor (por llamarlo de alguna manera) y estar metidas en el mismo campo semántico que el lomo o el chocolate, por ejemplo.

Preocúpate por la niña de mi clase que no sabe escribir "bajo", lo confunde con "vago". Ilústrala para que suelte la consola y coja un libro, que falta le hace.


En definitiva, mundo, que somos much@s, que tienes para tod@s. Déjame ser, mundo. Preocúpate por otros.


Y por favor, llévate este frío. No lo merecemos.




lunes, 24 de enero de 2011

Épocas

Hay épocas en la vida que si no existiesen pues oye, que no pasaría nada.

Hay etapas que hay que vivir pero que son como un día malo multiplicado por mil, porque son mil los días (o eso parece) en que cuesta levantarse, acostarse, comer, relacionarse y hasta lavarse los dientes.

Hay momentos en los que molesta el sol, y la lluvia, y el viento, y tener planes (qué pereza), y no tenerlos (QUÉ PEREZA) y casi cualquier cosa que tenga que ver con seguir viviendo.
El trabajo se hace pesado, las personas se te atragantan, las noticias del telediario son más horribles de lo habitual y el libro que te estás leyendo es un suplicio.
Estar en casa es aburrido, salir a la calle es agobiante, escuchar música es deprimente y casi cualquier película, sea del género que sea, te hace deshacerte en lágrimas.

Hay épocas en la vida que si no existiensen pues oye, que no pasaría nada.

Y de repente suena un "clic" y todo parece tomar forma, levantarse es una oportunidad, acostarse es un regalo, comer es un placer, relacionarse es un premio y lavarse los dientes refresca la boca.

Y cuando hace sol apetece que de en la cara para sentir que se acerca el buen tiempo, y cuando llueve es una buena oportunidad para saltar en los charcos, o ver una peli en casa en el sofá, con mantita, o que se te limpie el coche por encima indirectamente.

Tener planes es un lujo, no tenerlos es un descanso, el trabajo te aporta beneficios (aunque en algunos sólo sea en el plano económico), las personas son compañía, las noticias provocan risa, y el libro que estbas leyendo se pone interesante.

Estar en casa reconforta, salir a la calle da vidilla, escuchar música es terapéutico y casi cualquier película, sea del género que sea, te hace pasar un rato cuanto menos agradable y entretenido (unas más que otras).




Hay épocas en la vida que, por suerte, EXISTEN.







sábado, 22 de enero de 2011

Perdona, ¿tienes fuego?

Comentaba el otro día la directora de mi cole que su hija de 11 años quiere abrirse una cuenta en Facebook como todas sus compañeras. Lejos de alarmarse por el hecho de que l@s niñ@s de 11 tiernos años utilicen Facebook (una red social que no permite el registro a menores de edad), la directora se escandalizaba porque su hija le pidiese permiso para hacerse una cuenta en Facebook en vez de rogarle que la deje salir hasta más tarde, como todo el mundo.

Decía que antiguamente, ir a las discotecas estaba fatal visto por los padres y madres del mundo y tenías que rogar, llorar, patalear, y liarla parda para que te dejasen ir. Una vez conseguido el primer objetivo, otra vez a rogar, patalear, llorar y liarla parda para que te dejasen llegar más tarde, y esa escena se repetía una y otra vez hasta que por casualidades de la vida moderna tu familia se hartaba y te dejaba hacer lo que quisieses.

Ahora, sin embargo, las familias van a tener que "forzar" a sus hijos e hijas a salir a la calle a relacionarse en persona, porque cada vez más niños, niñas, adolescentes y gente mayor y menor en general, se relaciona a través de las redes sociales, un mundo en el que puedes enamorarte, desenamorarte, tener amig@s, ser un/a "loser" e incluso contactar con tus raíces familiares en Australia, un abanico de posibilidades en el campo de las relaciones sin apenas moverte del sofá, sin quitarte el pijama, sin peinarte ni echarte colonia .

Lo complicado es luego trasladar todo ese don de gentes a la vida real.

Pensando y analizando detenidamente este tema, mi infancia, mi adolescencia, mi vida en las discotecas y mi vida en general, me dí cuenta de un detalle referente a las relaciones en una discoteca o bar nocturno.
Ahora, como en España no se puede fumar en los bares y discotecas, se nos va a hacer mucho más complicado relacionarnos en una noche de fiesta, porque tod@s sabemos que el clásico básico para entrar a conocer a alguien es:

- Perdona, ¿tienes fuego?

Cuántas personas se habrán fumado el primer cigarro de su vida intentando ligar y cuántas habrán movido Roma con Santiago buscando un mechero, una cerilla o una antorcha para dar fuego a ese monumento que acaba de entrar por la puerta.

También se van a perder piropos, dichos populares y contestaciones castizas, esas que odiamos con todas nuestras fuerzas por repetitivas pero que ya forman parte de nuestra cultura popular, como:

- Perdona, ¿tienes fuego?
- Si te vale con el de mis ojos...

Otra cosa que se ha perdido radicalmente es "la última", refiriéndome a esa última copa rápida que te tomas antes de irte a casa en un intento desesperado de arañarle minutos al fin de semana.

Todo el mundo sabe cómo se anima un grupo de personas a tomarse la última, y es cuando una o varias personas pronuncian la frase mágica:

- Nos fumamos un piti y nos vamos.

Ese pitillo se traduce en que todo el mundo se pide la última (por no esperar de brazos cruzados) y la noche se prolonga una horita larga.

En cambio ahora ¿qué vamos a decir ahora para entrar a alguien? ¿realmente vamos a volver al "¿estudias o trabajas?"? Si la mitad de la juventud no estudia, y la mitad de la población adulta no tiene trabajo, ¿qué tenemos por tener en común? Antes era el vicio del tabaco, pero ahora...

¿Cómo vamos a relacionarnos? ¿Con qué excusa vamos a tomarnos la última? ¿Qué metemos ahora en el hueco vacío del bolso que antes ocupaba un mechero, estratégicamente guardado para no tener que decir nunca "no tengo" cuando alguien apetecible nos pidiese fuego?

Se están perdiendo las buenas costumbres, esto es sólo un aviso.

Yo por si acaso, seguiré pidiendo fuego, aunque sólo sea para que me digan esa frase mágica que hace que, a falta de mechero, sea yo la que se encienda:

- ¡Si aquí no se puede fumar!




jueves, 20 de enero de 2011

Lección de empatía

Otro día que no he podido ir a la academia. Me ha tocado quedarme en el cole a preparar con las profes unas reunión que tenemos el miércoles y que ha sido calificada por las altas esferas como "devitalimportanciaparanuestrasupervivencia". Llamamos así a las reuniones en las que hablamos con las familias cuando estamos en un punto de inflexión en el que podemos salir a hombros por la puerta grande o por la puerta de atrás a tomatazos.

Todo depende de que salgan con una actitud o con otra.

El caso es que, cuando estábamos preparando la reunión, las profes me decían que su mayor problema era el pánico escénico. Yo no sé que nos pasa a los seres humanos con lo de hablar en público, porque objetivamente hablamos en público muchas veces: en familia, con nuestr@s amig@s y sobretodo a los niños y niñas, pero es ponernos delante de un grupo de adultos a tratar un tema un poco serio y nos bloqueamos.

Yo llevo bastante bien lo de hablar en público, y en realidad llevo bien lo de hablar en general. Como hablar es algo que me apasiona, estoy acostumbrada a hacerlo en pequeño grupo, en gran grupo, a mí misma, en silencio en mi propia cabeza (tengo unas conversaciones conmigo misma que no te puedes imaginar) y acerca de cualquier tema serio o no.
Reconozco que no estoy completamente templada cuando hablo en público, pero suelo conseguir que no se me note, o no mucho al menos.

He dado un speech bastante amplio en la reunión acerca de lo importante que es sobreponerse a los ataques de pánico, de histeria o de risa, improvisar, saber salir del paso en esas situaciones, porque lo que importa es decir lo que queremos decir y que el mensaje llegue. Todas estaban más o menos convencidas porque lo he dicho totalmente segura de mí misma.

Cuando salíamos de la reunión hemos visto que empezaba una sesión para familias que daba la orientadora, aká la hermana de mi amiga R., y nos hemos quedado a verla.

Ha desarrollado la sesión como estaba previsto y luego ha puesto un ejercicio práctico, y como yo estaba allí lo he hecho mientras esperaba a que lo hicieran las familias.

Por esas pequeñas putadas que nos hacemos las compañeras en esos momentos tensos, me ha pedido que lo explicase en público. El ejercicio consistía en mantener una conversación con un niño que articula mal algunas palabras. Hemos empezado el diálogo tal como estaba previsto pero de repente ella ha empezado a improvisar, yo he seguido improvisando toda seria, he hecho (sin querer, lo juro) un chascarrillo y todo el mundo se ha empezado a descojonar.

Lo que ha empezado como unas risas aisladas se ha convertido en un ataque generalizado, con sus carcajadas incontenidas, sus lágrimas rodando por las mejillas y sus palmadas. Me han contagiado, me a dado el ataque padre y ya no podía parar. Cada vez que intentaba seguir alguien se reía y otra vez vuelta a empezar.

Ha llegado un momento en el que me estaba agobiando, porque no quería tener el protagonismo de la sesión, estaba todo el personal del cole delante, y yo no podía ponerme seria, por más que lo intentaba.

He salido del paso como he podido y al terminar todo el mundo me "felicitaba" creyendo que lo he hecho aposta, pero lo he pasado fatal, no suelo dejarme llevar por estas situaciones, pero esta vez no lo he podido evitar.

Aunque ha sido un momento súper divertido (la risa común siempre es divertida), la vida me ha dado una lección de empatía: es muy fácil ver los toros desde la barrera, y a mí que no me suele dar yuyu hablar en público me parecía que era tan fácil decirle a alguien que sí tiene ese problema que hay que tirar para adelante. Pero hoy, cuando la situación me superaba, he entendido que es horrible para alguien que se bloquea el no poder seguir hablando mientras todo el mundo te mira. Y eso que lo mío ha sido un ataque de risa. No me quiero imaginar lo que será un ataque de pánico.

En definitiva, la vida te da sorpresas y te da lecciones.

¿Cuál será la de mañana?


miércoles, 19 de enero de 2011

Neorrabioso

Tenía un montón de cosas de las que quería escribir hoy, y de hecho venía en el coche pensando en cuál iba a escoger, cuando llego a casa, me suena el móvil, salgo corriendo a buscarlo, me resbalo con el periódico y me doy un golpazo con el marco de la puerta en el dedo pequeño del pie.

No puedo transcribir todas las burradas que he dicho y mucho menos las que he pensado ante tan maligno golpe. Esos momentos son cruciales y te debates entre guardar la compostura o cagarte en todo lo cagable a voz en grito.

Con el consiguiente mosqueo me agacho a recoger el periódico y mira tú por donde, me pongo a leer el artículo por el que se ha abierto el periódico cuando casi me mato. A veces hay que tropezarse para levantarse, es alucinante.

Me encuentro con un artículo sobre "neorrabioso" (así, con minúscula), un poeta urbano que pinta grafittis en las paredes de Madrid y que adoro porque he visto paredes firmadas por él miles de veces cuando paseo por la ciudad y les suelo hacer fotos.

Hoy no escribo sobre mí, escribo sobre él, que me hace reflexionar cada día, que me saca una sonrisa, que me abre ventanas a otros mundos.

Hoy os regalo su arte, o al menos parte de él. Que lo disfrutéis.
















martes, 18 de enero de 2011

Real life (la vida real)

Como decía Manolito Gafotas, en mi barrio hay muchas cosas: hay tiendas de todos los tipos, hay coches de muchos colores, hay perros paseando a sus dueñ@s (y no al contrario), hay bancos llenos de personas con expresiones asustadas que esperan con la cartilla bajo el brazo, hay yonkis en busca de dosis, hay iglesias llenas de fieles que rezan por sus almas pero que a la salida de misa miran con desprecio a los yonkis, hay bancos llenos de chavales y chavalas que miran el tiempo pasar mientras fuman porros y hay puentes. Muchos puentes.

Lo de los puentes es algo bastante extraño, porque cuando digo que hay muchos es que hay uno cada 100 metros a lo largo de un tramo considerable de la autopista, y varios de ellos tienen acceso desde mi casa.

Hace un año más o menos construyeron otro puente entre dos de los que ya había, y aquello fue la catarsis vecinal. Teniendo escasos recursos sociales, sin ambulatorio, sin escuelas infantiles públicas y sin bancos en los parques, lo que menos necesitábamos era otro jodido puente que para más inri lleva desde VillaNada a VillaNingúnsitio, es decir, que no sirve para absolutamente nada. Está, sin más.

Tuvieron la delicadeza de, ya que era una construcción que costó la friolera de casi 3 millones de euros y que nadie iba a usar para nada, poner unos bancos para que al menos tuviese el reclamo de que la gente se sentara a tomar el sol. La cabeza pensante que tuvo esa idea era un iluminado, porque todo el mundo sabe que el mejor lugar para tomar el sol es un puente en medio de una autopista con más ruido que el circuito del Jarama.

Queríamos derribar el dichoso puente con nuestras propias manos hasta que, un día, mi amiga N. y yo fuimos hasta allí para hacer unas fotos a la autopista para un trabajo que ella tenía que hacer. L@s publicistas siempre han sido un pelín extravagantes.

Mientras hacía las fotos nos sentamos en el banco, y no sólo no nos fuimos sino que estuvimos allí horas y horas. El soniquete de los coches pasando bajo nuestros pies se asemejaba a un murmullo de fondo que nos relajaba bastante, y tuvimos una conversación genial.
Desde ese día, cuando hace un tiempo medianamente bueno, nos acercamos al puente y charlamos de mil cosas mecidas por el arrullo de las miles de personas que circulan por Madrid con prisa y sin frenar. Bautizamos aquel puente como "el mar urbano" o "Mar de Madrid", porque el murmullo parece (salvando las distancias) el de las olas del mar.

El domingo estuvimos allí aprovechando el inusual sol que bañaba la ciudad en pleno Enero. Como siempre, la conversación fue bastante profunda, y versaba principalmente sobre lo feliz que nos hace vivir nuestra vida conforme a lo que somos, que no es moco de pavo.

No soy de transgredir por transgredir, que quede claro. Me considero parte de la masa, compro ropa en Zara, bebo garrafón y veo Telecinco, no estoy desligada de la sociedad y de hecho participo bastante activamente en el bucle consumista que nos invade.

Sin embargo, creo firmemente en que sólo existe esta vida, y hay que vivirla de forma consecuente, máxime si eso implica sacar los pies del tiesto. Ni siquiera las religiones defienden que vayamos a vivir esta vida otra vez de la misma manera en que la estamos viviendo ahora: unas dicen que nos vamos a reencarnar en otros seres, otras que vamos a ir al cielo, pero ninguna me garantiza que yo vaya a volver a escribir este post, así que tengo que aprovecharlo.

Cada día estoy más convencida de que hay que romper con lo que se espera de nosotr@s, pero no por el hecho de romper en sí, sino porque me niego a creer que hay un camino hecho para mí y que estoy en el mundo para darle la razón a quien lo diseñó. Quiero ser la protagonista de todo lo que pase en mi vida, y no me quiero perder nada.

Por eso, admiro a todas aquellas personas que viven o han vivido conforme a lo que son o a quienes son: a mi amiga N., que se ha embarcado una relación por la que nadie da(ba) un duro por difícil y por extraña; a mi amigo J., que se marchó a México detrás de un gran amor. A M, que se fue a repartir juguetes al Sáhara, y otras tantas "M." que conozco, y que están en Ecuador, en Argentina o en EEUU persiguiendo diferentes sueños.

A M., (cuántas "M", madre mía) que se ha embarcado en una terapia que da resultados porque necesitaba buscarse a fondo. A R., que se atrevió a decir que quería ser quien era y consiguió hacerlo.

A mi madre, que decidió tirar para adelante en un trabajo al que las mujeres no salían acceder, y supo sentar precedentes.

A mi padre, que decidió justo lo contrario, dejar un trabajo que le esclavizaba y dedicarse a la pintura y al yoga.

A mi hermana, que ha decidido embarcarse en una vida sacrificada que antes o después dará sus frutos.

A mi abuela, que vive por y para el amor de su vida.

Mi prima B. (que es otra de estas personas que admiro) también se marchó a las Antípodas australianas en busca de una vida un poco mejor. Lo está consiguiendo: es feliz, se está encontrando (o al menos se está buscando, que es el primer paso para encontrarse), está creciendo. La penúltima vez que vino a vernos contaba que su madre, cuando la veía, le decía:

- Ahora todo es muy bonito, pero algún día tendrás que volver a la vida real.

Y ella contestaba:

- Estoy viviendo mi vida, y te aseguro que es muy real.


Esa es la vida que quiero vivir. La vida real, la que realmente quiero tener, ser quien realmente quiero ser. Hacer lo que me haga feliz, y hacer feliz a quien me rodee. Por ahora estoy intentándolo, y algo voy consiguiendo.

Mi prima tiene mucha razón.

Estoy viviendo mi vida.

Y te aseguro que es muy real.


lunes, 17 de enero de 2011

De mayor quiero ser pequeña

Dice mi madre que soy una infantil porque me sé una por una todas las canciones de todas las pelis de Disney, pero yo qué culpa tengo de repasarlas todos los días como quien dice.

Aprendí a hacer integrales pero ya se me ha olvidado porque jamás en mi vida me veré en la tesitura de tener que hacerlas para seguir con vida, pero lo de las canciones de Disney es algo que jamás se me va a olvidar porque en mi trabajo están a la orden del día.
He pensado hasta ponerlo en mi currículum por si algún día me vuelvo a quedar en paro.

Trabajar con la infancia hace que no termines de salir de ella. Sigues comiendo chuches, pintando con los dedos, disfrazándote, viendo pelis de dibujos animados y cantándote el Cantajuegos como si lo pusiesen en la radio.

Me encanta esa parte de mi trabajo, no perder del todo el nexo con mis primeros años de vida.

Esto me permite saltarme las reglas de cuando en cuando y sentirme una niña otra vez: comer con las manos, saltar a la comba, jugar con plastilina y revolcarse en la arena del parque son cosas que no están concebidas para l@s adult@s pero que disfruto muchísimo, porque ahora sí que puedo hacer una figurilla de plastilina que no parezca un churro, y cuando doy a la comba me sé miles de canciones y doy más fuerte que nadie. Una maravilla.

A l@s que trabajamos con peques se nos nota rápido, porque tenemos ese punto infantil que no soltamos porque dejaríamos de ser lo que somos. Se nos reconoce por cosas como las siguientes:

- Solemos vestir con más colores que quienes tienen otros empleos, jamás nos ponemos traje para ir a trabajar y no usamos tacones.

- Respondemos rapidísimamente a preguntas como "¿Quién vive en la piña en el fondo del mar?"

- Podemos hacer prácticamente cualquier cosa con un folio, un lápiz, un poco de celo o cola blanca y unas cuantas piedras.

- Sabemos quienes son "Las Divinas", "Caillou", "Dora la Exploradora", y podemos describir con bastante acierto lo que es un "Gormiti" (digo con bastante acierto porque no creo que ni sus propios creadores sepan describir exactamente lo que son).

- Nos sabemos un montón de juegos, canciones y bailes extrañamente pegadizos.

- Fumamos compulsivamente (hay gente que no, obviamente, pero tarde o temprano empiezan).

- Podemos describir al milímetro cualquier sala del Planetario, el Jardín Botánico, el Museo de Ciencias o el Retiro (y podríamos dibujar de memoria sus árboles caducifolios).

- Decimos frases como "te llamo después del recreo".

- Sabemos un montón de respuestas del Trivial tales como "¿En qué grupo de seres vivos se engloban las lombrices de tierra?" o "¿Cómo se llamaban los sobrinos del Tío Gilito?"



Y otras muchas cosas que se suceden diariamente y que nos hacen salir alguna que otra vez de esta vorágine de locura que es la vida adulta insertada en la sociedad y nos permiten imaginar, soñar, disfrutar y volver hacia atrás un ratito todos los días.

No quisiera perder ese punto nunca, la capacidad de ilusionarme y de mirar con ojos de niña todo lo que sucede a mi alrededor, sentir que nunca dejo de aprender y que cada día se abre ante mí como un abanico de muchos colores. Sentirme pequeña todos los días y que eso me haga grande.


De mayor quiero ser pequeña.


sábado, 15 de enero de 2011

Un deseo en un peluche

Estoy extrañamente en paz.

Quizá sea el hecho de que un sábado 15 de enero hace solete, y eso es algo que no se veía desde tiempos inmemoriales (el solete, digo). Tras semanas y semanas condenad@s a la penumbra, a las nubes, a la lluvia y a un viento maligno de esos que se te da la vuelta el paraguas, por fin el tiempo nos da un respiro y me puedo poner el abrigo verde, que es un abrigo que me encanta y me compré en Irlanda cuando creía que moriría del frío que pasaba todos los días, y ahora no me puedo poner porque sorprendentemente, ha resultado no abrigar tanto en los crudos días de invierno madrileño.

Ayer hice uno de esos planes que dejas de hacer desde que te dejan salir de fiesta por primera vez hasta que te independizas: cena, cine, juego de mesa. Cuando empiezas a salir de noche quieres pasar todo el tiempo del mundo fuera de casa, y cuando te independizas quieres pasar todo el tiempo del mundo dentro de casa, así que encontrar el punto medio entre entrar y salir es altamente complicado.

Cuando mi día laboral de ayer terminó (y con él una semana que ha sido un crimen de los peores), me fui al cine con mis adorados D. y M., en cuya casa paso mucho más tiempo que en la mía propia, en cuyo sofá me río más que en el mío propio y de quienes disfruto tanto (o más) que de mí misma.

Nos vimos una comedia-tragedia americana, de esas de "chico conoce a chica, chica conquista a chico, chico y chica inician una relación llena de aventuras disparatadas y locurillas varias, chica deja a chico, chico recupera a chica, chica y chico son felices para siempre". Tratar de leer esto con la boca llena de polvorones garantiza momentos inolvidables.

Una cenilla improvisada en el cine, manos que se cruzan, risas que no tienen motivo aparente y una mujer solitaria transcurrieron durante dos horas. Luego, vuelta a mi casa adoptiva, a mi sofá adoptivo, y un juego de mesa que dura 4 horas largas de reloj (Y NO ERA EL MONOPOLY).

Ojos que se cierran, miradas furtivas al reloj, bandas sonoras sonando de fondo, competición para ver quien cojones gana al final, galletas de chocolate. Teníamos que haber nacido american@s.

Se termina la competición, se levanta la sesión, besos, abrazos, compañía hasta el coche (que ese barrio está lleno de gente chunga) y una almohada que me espera en casa y que es la mejor del mundo.

Y un nuevo compañero de cama, "Feis Buc", mi nuevo amigo, un peluche de un mono que me ha hecho con sus manos M., que ayer adopté y del que estoy enamorada desde hace tiempo.
En su interior lleva una estrella: cuando ya se ha metido todo el relleno en el muñeco y está casi terminado, se coge la estrella, hay que pedir un deseo y luego meterla dentro del peluche; después se cierra la cremallera, que nunca más se puede abrir.

Y el deseo queda en la estrella, encerrado para siempre. Es por eso que se cumple.

Mi deseo fue por vosotros. Para que estéis mucho tiempo a mi lado. Porque no lo sabéis, pero me habéis devuelto la sonrisa (una sonrisa amplia, de esas que se te ven todos los dientes).

Y ya no cuento más, que si no, no se me cumple...

viernes, 14 de enero de 2011

Soy una señora mayor

Ya he explicado varias veces que hay muchos momentos cruciales en mi vida como los habrá en las vidas de otras tantas personas humanas que pueblan la Tierra, y son estos momentos los que me hacen replantearme la clase de persona que soy, la que pretendo ser y la que muestro al mundo que soy. Es complicado, lo sé, pero en mi cabeza es el pan nuestro de cada día.

Iré al grano: ayer le estaba abrochando el abrigo a un niño en el pasillo y cuando entró en clase y su profe le preguntó que quién le había abrochado los botones, se giró hacia mí y con todo su morro infantil me señaló y dijo:

- Esa señora mayor.

Me dolió en lo más profundo de mi ser. Vale que sólo tenía 3 años, y que las edades no las controla muy bien, pero joder, podría haber dicho "ella", o "esa chica", o señalar simplemente, que cuando quieren bien que no saben hablar del todo. Pero no. Dijo lo que dijo y se le llenó la boca. Me dejó seca para el resto del día.

Sólo ha habido un momento tan lamentable como ese en mi vida desde que esta transcurre codo con codo con la infancia. Ocurrió hace dos años, estaba yo de viaje en la playa con un grupo de madres e hij@s cuando se me acercó una niña que yo conocía de otros años.
Me dio un abrazo y al soltarse me miró fijamente, me puso la mano en el estómago y me dijo:

- Oye, ¿dentro de cuántos meses vas a tener el bebé?

Yo le contesté:

- Amiga, por ahora no voy a tener ningún bebé.

Y ella me dijo con cara de sorpresa:

- ¡Pero tienes tripa! ¿Por qué si estás embarazada no vas a tener ningún bebé?


Y tú dime a mí qué cara pones. Pobrecilla, en el fondo no sabe que ya le tocará tener un síndrome premenstrual, y ya le tocará retener líquidos, y le llegará ese momento en que cuando se coma un donut note como va directico directico de la boca al culo sin pasar por el estómago.

Criaturita...

Es lo que tiene trabajar con niñ@s: un día te conviertes en princesa, otro en duende, otro en hada y otro en señora mayor.

Facebook tiene razón: llegará el día en que tod@s seamos señoras...





martes, 11 de enero de 2011

La Reina de Corazones

H. M. llevaba varios días diciéndonos que, si nos apetecía, necesitaba que le echásemos una mano en una representación que se hacía en esta semana en el cole. Resulta que los niños y niñas tienen que escoger a la reina y al rey que les gustaría ser si tuviesen su propio reino, y necesitaba que R., M. y yo nos disfrazásemos de reinas buenas y malas e hiciésemos una pequeña representación en la clase para que l@s niñ@s pudieran decidir a quién elegir.

En seguida me pedí la Reina de Corazones. Odio la historia de Alicia en el País de las Maravillas en cualquiera de sus versiones (aunque todos los postmodernos y fans de Tim Burton y Lewis Carroll me quien empalar a partes iguales), pero adoro a ese personaje que es la Reina de Corazones. Cuántas veces al día gritaría aquello de:

- ¡Que le corten la cabeza!


Me parece que la pobre era una mujer tristemente sola en su reino, una reina de sí misma a quien nadie respetaba ni quería, ni siquiera por el hecho de que una corona hiciese equilibrios en su cabeza. Una mujer caprichosa, vanidosa, poco consciente de que lo que la hacía miserable no era ser tirana, sino ser ignorante, simplemente no ver más allá de sus narices.

El disfraz que me han hecho era algo absolutamente espectacular, aunque el corpiño no me dejaba realizar correctamente algunas funciones vitales, como respirar o permitir a mi corazón latir con normalidad. La falda era de un cabaretero que encandilaba. El término "cabaretero" referido a cualquier cosa que brille lo acuñó mi amiga P. cuando un día, viendo los fuegos artificiales de las fiestas de la U.V.A de Vallecas (por cierto, acabo de encontrar una reflexión sobre la U.V.A muy tierna, si alguien quiere leerla, puede pinchar aquí), lanzaron uno de esos fuegos de palmeras brillantes y ella gritó:

- ¡¡Mira!! ¡¡Qué fuego más cabaretero!!





Y nunca jamás nos deshicimos de esa expresión. Todo o casi todo en la vida es susceptible de ser cabaretero, y hoy lo eran nuestros vestidos.

Hemos ido hacia la clase. Por el pasillo ya hemos sido el cuadro general, porque la verdad es que estábamos de traca, con esas telas de colores brillantes y esas pelucas, y para mí que nos han hecho alguna foto, de esas que luego se cuelgan a traición en el corcho de la puerta o se enseñan en la sobremesa de las comidas de trabajo.

Cuando hemos llegado, H. M. nos ha presentado y hemos entrado. No sé cómo la mitad no se han puesto a llorar, porque eran bastante peques. Han alucinado con los trajes, yo no sé si se han enterado mucho de la historia que queríamos venderles pero han tenido la boca abierta y la sonrisa puesta durante la media hora que hemos estado allí moviéndonos por la clase entre dimes y diretes. Luego, muchos aplausos y dificultad para volver a las tareas rutinarias.

A veces somos un poco Reina de Corazones, no nos damos cuenta de que existen mas opiniones, otros pareceres, necesidades y exigencias que no son como las nuestras pero que merecen ser escuchadas, y pensadas, y tenidas en cuenta. Que la corona se nos pone a veces pero es fácil que caiga, y sobre todo que dentro de cada un@ hay un corazón pequeño, mucho más pequeño que los corazones de la falda y del corpiño, pero mucho más lleno de amor que el cofre donde guardamos todo lo que consideramos importante.

A veces hay que quitarse el traje de Reina de Corazones, y a quienes quieran ponérnoslo...


¡¡Que les corten la cabeza!!



lunes, 10 de enero de 2011

Volver a empezar (después de navidad)

La escuela es uno de esos lugares que inspiran paz a l@s adult@s. No porque les evoque buenos recuerdos, que a veces también, sino porque ver un colegio lleno de niños y niñas implica decenas de madres y padres que pueden respirar felices, sin gritos, sin pataletas, sin estreses, sin mocos, sin juguetes tirados por todas partes.

Sin embargo, es muy fácil ver los toros desde la barrera. Si su hijo/a es infernal en casa, imagínese lo que son cientos de niños y niñas de su edad con el Síndrome de Estocolmo que les da cuando sus familias les dejan en el cole después de un período largo de vacaciones. Agárrese que vienen curvas.

Ni en el entierro de Lola Flores se oyeron tantos alaridos desgarradores y se vieron tantas lágrimas, oiga. Esta mañana, cuando he entrado en el colegio, aquello parecía un concierto en Do mayor. Las vacaciones de navidad es lo que tienen, que cuando estás empezando a aclimatarte, se terminan. No son como las de verano, que duran tanto tiempo que te da tiempo a descansar, a aburrirte, a salir, a dormir, a comer, a leer y a desear que duren para siempre. Las de navidad son como los días que te despiertas con despertador, que descansas mientras dura el descanso pero cuando estabas en lo mejor, ala, a volver a la rutina.

Las pobres criaturas se desconciertan, normal. Además las navidades están llenas de reuniones familiares, comilonas en las que está todo permitido, riadas de regalos por todas partes y especiales musicales en la tele. Volver al uniforme, a sentarse en la silla y a merendar fruta es duro para cualquiera. Mientras subía por la cuestecilla que lleva al cole he oído a un niño decirle a su madre:

- Yo voy al cole, pero luego vendrán los primos a cenar, ¿no?

Pobrecillo. Cuando llegues a tu casa, chiquitín, te vas a bañar, a cenar y a la cama, y despídete hasta dentro de mucho de la vidorra que te has pegado este mes. Aunque sea cruel, es la vida real, y hay que vivir en ella; eso es lo que me digo yo, por lo menos, para hacerme consciente de que se acabó lo bueno y de que la cuesta de Enero no es sólo económica, que emocionalmente también se hace larga la subida.

Volvemos a las clases, a las lágrimas todas las mañanas, a la fotocopiadora que se atasca, a los padres y madres cansinos, a la comida del comedor, al timbre del recreo, al despacho bajo cero y a los rotuladores de colores (que no, no salen de la ropa, os pongáis como os pongáis), pero también volvemos a las sonrisas gratuitas, a las canciones por todos los rincones, a los ojos que miran curiosos, a los dibujos en las paredes, a los abrazos, a los besos, a las carcajadas en el patio.

Vuelve la vida. Vuelve a volver. Vuelve la historia. Vuelve a llover...





Nota: ¡¡Espero vuestros comentarios!!

sábado, 8 de enero de 2011

Paraguas del cielo

Hoy llueve en Madrid a mares. Cuando yo digo que en algún lugar llueve a mares, quiero decir que por las calles es más sencillo cruzar a braza que andando, y eso es lo que se podía hacer hoy en la capital, tirarse de cabeza y hacer unos largos, porque lo que es andar por la acera era algo prácticamente imposible.

El diluvio me ha pillado cambiando regalos de Reyes, que es una de las cosas que más rabia me da hacer (amiga, si estás leyendo esto, apúntalo en la lista: me da coraje cambiar regalos). Cambiar regalos es un rollo porque te toca pedir los tickets, irte de tienda en tienda, buscar algo que case más o menos con el precio de lo que vas a cambiar y que te guste, probarte, irte a la caja, descambiar, guardar tropecientos tickets y otra vez a otras tantas tiendas, y a buscar, y así eternarmente en un bucle de consumo y desesperación que acabaría con la paciencia del Santo Job si en su época hubiese existido Inditex.

Digo que me ha pillado la lluvia maligna en plena vorágine cambiadora y me he dado cuenta de que con las prisas, he salido sin paraguas. Llevaba tropecientas bolsas en las dos manos, pero tenía que ir a varias tiendas que estaban unas muy cerca de las otras, así que me he ido echando pequeñas carreras sin paraguas rezando para que no me cayese de ninguna cornisa una gota de agua cerebral, que son esas gotas que te caen de repente no se sabe bien de dónde en la cabeza y te la taladran hasta inundarte parte del cerebro, haciéndote perder, por ejemplo, el tema 3 y el 14 de la oposición que habías memorizado dos días antes.

Había tanta gente que entre carrera y carrera me he ido refugiando en los paraguas de unos y otras para no mojarme, y viendo los paraguas de la gente, me he dado cuenta de que todos eran grises, o negros, o marrones, o verdes oscuros. De por sí el día estaba triste, pero con esos colores tan deprimentes parecía que todos los paraguas estaban tristes por la lluvia, y todos sus dueños y dueñas exactamente igual de bajos de ánimo.

Me estaba pareciendo tan triste que he entrado a una tienda, he comprado un paraguas de muchos colores y he salido a la calle, esta vez cubierta y esta vez intentando cambiar el asqueroso día de hoy, como ya se hizo en una muestra de calle en Barcelona hace un tiempo:






Hay que cambiar los colores del cielo, sobre todo si el día ha amanecido gris...

viernes, 7 de enero de 2011

Fuerza

Parecía un presagio, y de hecho lo fue, el post que escribí anoche a estas horas acerca de pintarse la cara. Me explico.

Esta mañana me ha levantado mi madre a las 10.30 de la mañana, porque ella es así, como las madres del mundo. Supongo que cuando vas a la Escuela de Madres te enseñan, entre otras cosas, que la hora a la que tú amanezcas es perfectamente adecuada para que pongas en pie al resto de la familia, ya sean las 9 o las 12, ya sea en persona o por teléfono, ya haga frío o calor, da igual. Tú te levantas y automáticamente tocas la trompeta y que se prepare el que tenga sueño, porque se aguanta.

Total, que a esas horas intempestivas para una persona que está de vacaciones, me ha dado la luz y al grito de "¡¡HAN VENIDO LOS REYEEEEES!!" me ha puesto en pie cuando yo no sabía ni qué día era ni a qué Reyes se refería.

Cuando he recuperado un poco la consciencia me he ido a la puerta del salón, porque así somos en mi familia. Cada año nos venimos a dormir aquí y cuando nos levantamos nos ponemos en la puerta del salón y entramos todos a la vez para lanzarnos sin compasión a los paquetes envueltos. Qué le vamos a hacer, nos gusta la conciliación familiar en estos momentos tradicionales.

En esas estábamos, abriendo la puerta, cuando he vislumbrado, al fondo del salón, un paquete muy grande con un cartel en el que ponía "Fuerza" y una nota con mi nombre. Al minuto he visto a mi madre llorar a lágrima viva y a mi padre mirarme con sonrisilla de padre emocionado, y todo ésto cuando yo estaba saliendo todavía de la fase REM del sueño que tenía.

He ido hacia el paquete, sin entender mucho, y he quitado despacio el papel que lo envolvía. Cuando lo he abierto no me lo podía creer: un retrato moderno de mí misma. Tendré que ir hacia atrás en el tiempo para explicar lo que esto significa.

Resulta que, cuando mi padre se jubiló, tardamos 15 segundos en decidir que o se dedicaba a canalizar su energía de alguna manera, o aquello podía acabar en tragedia de las que salen en España Directo a las 7 de la tarde. Cuando un padre o una madre se jubila, la familia sufre ligeramente, porque pasas de verle un rato al día a buscar un rato en el que no esté presente, ya sea en casa o fuera, con familia o sin familia, con tiempo o sin tiempo. Son como pequeños entes que vagan por la casa redescubriendo espacios y sin saber bien qué hacer, y claro, se dedica a meterse en todo lo que tú haces, a corregirte, en definitiva, a tocarte las narices hasta que te dan ganas de cometer un crimen con premeditación y alevosía contra tu propio progenitor/a.

Él había sido siempre muy mañoso dibujando, pero no pasaba de las caricaturas en las servilletas de los bares cuando salíamos por ahí. Cuando se jubiló y la familia entro en crisis decidió dar rienda suela a su creatividad y apuntarse a un estudio para pintar.

Desde ese día, la casa es como la trastienda del Prado. Decenas de bodegones, naturalezas muertas y paisajes se amontonan por todas partes como si de obras maestras se trataran. No hay paredes para tanto cuadro, pero no importa, porque aunque sean lienzos, él dice que son ensayos y como nosotras no tenemos ni idea, le creemos y le secundamos alegremente, porque una cosa es que adoremos su afición por la pintura, y otra muy diferente es tener la casa plagada de bodegones de manzanas.

Llevamos tiempo dándole la chapa con que en sus cuadros sólo hay vegetales y algún animal solitario, pero él nos explica que todavía no ha llegado a la fase de pintar personas, porque eso es muy complicado. La fase retrato es algo que, al menos en su estudio, sólo hacen los profes. Cuando puedes pintar un buen retrato se considera que no te hace falta seguir acercándote a clases a aprender, sino sólo a perfeccionarte.

Resulta que el hombre ha estado meses llendo a clases dobles e incluso triples para que le ayudaran a pintarme un retrato. Cuando digo que me lo ha pintado en plan moderno quiero decir que está hecho en tonos negros, rojos y plateados, y no puedo describir lo espectacular que es, no sólo técnicamente, sino cómo ha captado todo lo que yo soy y lo que yo emito a l@s demás.

Lo ha titulado "Fuerza" porque dice que eso es lo que yo represento para él, lo que yo soy ante las dificultades, "lo flamenca que te pones" me ha dicho.

Mi madre lloraba a lágrima viva emocionada y yo me pregunto si es que éste año he sido más buena que nunca para que los Reyes hayan dejado tanto amor en mi casa.


Parece ser que así es...



PD: Lo suyo sería colgar una foto del retrato, pero no cuelgo fotos personales aquí, así que sintiéndolo mucho, dejo que vuestra imaginación vuele...

jueves, 6 de enero de 2011

Pintarse la cara color esperanza

Esta frase es de una canción de Diego Torres (http://www.youtube.com/watch?v=VA4EQpdTrgo&feature=fvst) que se llama así, "Color esperanza", y que no sé para qué lo digo porque la habréis oído mil millones de veces porque la han puesto hasta lo indecible.

Esa canción, que no me entusiasma ni más ni menos que otras tantas, le encanta a mi madre por esa frase, que tiene mucho significado para ella, y para mí, y para tantas otras personas, para tí seguramente, que también te pintas la cara de color esperanza, o de color optimismo, o de color "vamos p´alante", cuando por dentro lo último que te apetece es pintarte de nada, porque ni siquiera te apetece pintar. Es una reflexión interesante la de la superación personal, esa fuerza social que nos empuja a ser constantemente felices cuando hay veces que tienes ganas de meterte en la cama y dejar que el tiempo pase hasta que empiece un nuevo día.

Pero a veces hay que sobreponerse, hay que sacar ánimo de algún bolsillo y salir a la calle y disfrutar, y ser feliz, y pintar.

Exactamente eso es lo que hice el otro día con mi "nuevaamigadetresmesesperocomosifuerademil", M., y lo hice en el sentido más literal de la palabra. Lo de pintar, digo.

Aprovechando que quiero que acabe la fiebre de las compras compulsivas PERO YA, y que el trabajo infernal de las Jornadas de Conciliación me ha agotado como si hubiese sido un campamento intensivo de un curso entero, me fui a su casa a pintar un juego de té, que es el plan más viejuno a la par que retromoderno que hacía en mucho tiempo. Me encanta.

Allí estuvimos, charlando, cantando, bailando (sí sí, bailando, ¡y qué bailes!) y pintando, pintando esas tazas, y ese azucarero, y esa tetera, y los platos, y pintándonos de colores para sobreponernos a todo lo que nos aprieta, empezando por la crisis y terminando por la Ley Antitabaco.

A veces hay que pintar.

Y a tí, P., amiga mía, aunque no creo que lo leas, te voy a pedir a los Reyes (que por cierto, están al caer, les deben de quedar un par de barrios para llegar al mío) una caja de pinturas, para que te pintes un poco y salgas a la calle a demostrar todo lo que eres y todo lo que vales, aunque estés agobiada por no haber disfrutado de la semana de Reyes, con lo que a tí te gusta.

Tengo infinitas ganas de que me llames mañana y me digas con tu voz de niña de 30 años (parezco Miliki):

"¡¡Tía!! ¿¿A que no sabes lo que me han traído los Reyes...??"

Hay que pintarse, hay que pintar.

Y en este mundo, sobre todo, hay que pintar color esperanza, que falta nos hace.





lunes, 3 de enero de 2011

Quiero quererte

Como no tengo yo suficiente con mi trabajo de todos los días, me busco de cuando en cuando trabajos para las épocas vacacionales, básicamente para poder estar quejándome después todo el rato de lo que necesito unas vacaciones y lo bien que me vendría descansar. Una, que es así de compleja.

Estas navidades me ha tocado por obra y gracia de la Consejería de la Mujer hacer unas jornadas de conciliación no sexista, que como dice mi madre consiste en que "ni l@s machistas sean tan machistas ni l@s hembristas sean tan hembristas" (porque ¡oh, sorpresa!, el contrario de "machista" no es "feminista", sino "hembrista"). En las jornadas hay de todo un poco para toda la familia: actividades, juegos, dinámicas, talleres, charlas, coloquios varios...etc. Yo me dedico a la parte de infancia en unos pueblos madrileños que están donde da la vuelta el aire, y que no menciono por si alguien lo lee y se ofende porque resulta que es el pueblo donde veranea de toda la vida. Sólo os digo que os deseo un veraneo lejos de los pueblos del oeste de Madrid. Qué horror.

El caso es que, cuando empecé hace ya unos días, estaba yo colocando el material antes de que llegaran l@s chaval@s cuando se acercó una madre a hablar conmigo:

- Mira, te quería contar que Guillermo es un niño estupendo y muy bueno, con un currículo muy normalizado, pero cuando era pequeño le diagnosticaron un trastorno del lenguaje y un principio de autismo, y aunque está mucho mejor, si hay mucho ruido, o se frustra en una actividad, o se siente atacado, es muy probable que reaccione de manera agresiva, así que intenta que eso no ocurra. No sé si te estoy predisponiendo antes de que conozcas al niño, pero prefiero avisáretelo. Te dejo que tengo hora en la peluquería.


Y allá que se fue, dejándome con una cara que no sabría definir, pero que desde luego no quería decir: "Que te lo pases fenomenal con el tinte y los rulos". Las madres del mundo es que son así, te sueltan una historia truculenta de tratamientos médicos, diagnósticos y episodios paranormales y luego se marchan tan tranquilas con la sensación del haber cumplido y ala, ahí te las arregles como puedas. Yo, que me pasé toda la carrera (o casi toda) haciendo figuritas de arcilla y trabajos en grupo, a ver qué cojones hago con los accesos agresivos de un niño que no se expresa bien y que tiene rasgos de autismo. Pues nada, encomendarme a un santo cualquiera y tirar p´alante.

Resulta que el Guillermo en cuestión, trastorno del lenguaje, lo que se dice trastorno del lenguaje, no parece que tenga. Por la facilidad con la que se caga en la puta madre del primero que pasa se diría que tiene bastante destreza en expresar su frustración, aunque sí, quizá tenga razón su madre, es un poco agresivo. Pero el lenguaje lo usa con mucha alegría, ojo.

Lo de las reacciones chungas sí que ha pasado ya un par de veces, concretamente en los dos talleres que entrañaban una dificultad mínima. Si no le sale a la primera se pone atacado de los nervios y empieza a arramplar con todo lo que encuentra a su paso. Total, que me paso el día entero pegada a él, aunque desde la discrección, porque si se da cuenta se mosquea y para qué queremos más.

Hoy estábamos en un taller haciendo cometas, que reconozco que no es lo más sencillo de hacer pero es uno de los talleres que más gustan a peques y mayores porque con ayuda lo pueden hacer bastante bien y el resultado es precioso, cometas que vuelan de verdad y muy bien, por cierto.

En el taller me he buscado la manera de que Guille se sentase a mi lado (pidiéndole que me ayudase con el material) y allí que se ha venido conmigo tan contento de ser el ayudante de la profe. Estábamos haciendo la cometa cuando se le ha arrugado un poco el plástico, le ha dado la histeria y ha dicho que no quería hacerla más, que era muy complicada. Llevaba media cometa rota cuando le he parado.

Abrazándole un poco, le he dicho:

- Oye Guille, que ésto tiene arreglo, que ésto no está estropeado, sólo hay que ponerle un poco de paciencia para que quede perfecta.

Y le he pasado otro trozo de celo para que le pusiese un parche. Estábamos tan concentrados recomponiendo la cometa, cuando, de repente, Guille me ha abrazado y me ha dado un beso. Yo me he girado, le he devuelto el abrazo y el beso y le he dicho:

- ¡Gracias, Guille!

Él me ha contestado:

- No me des las gracias, tú quieres ayudarme y yo quiero quererte.

Y me ha vuelto a abrazar. Casi pierdo los papeles y me pongo a llorar. Creo que se da cuenta de que me paso el día intentando hacerle las cosas más fáciles, intentando ayudarle, que participe en los juegos, que le salgan los talleres, que baile y cante con el grupo... Ese abrazo y ese beso han sido su "Gracias" de niño, lo sé.

Y Guille ha terminado su cometa, llena de parches de colores, y hemos salido al parque, y ha corrido por toda la explanada gritando, y riendo, y mirando al cielo, y por un rato no importaba nada, ni nadie, sólo él y su cometa.

Él quiere quererme.

Y yo quiero quererle a él.


Dar y recibir amor, creo que lo llaman...


domingo, 2 de enero de 2011

Feis

Si terminé el año hablándole a mi yo del futuro, no puedo menos que empezar este hablando del nombre de mi "yo del presente": Feis.

Obviamente, y como tod@s sabéis (salvo que hayas llegado aquí por extrañas conexiones cibernéticas que escapan a mi mente), este no es mi nombre real, pero lo adopto a modo de mote porque nunca he tenido uno, y este me hace gracia.

El nombre de Feis me lo pusieron mis compis del curro porque en los inicios del mundo de las redes sociales, yo era la única que controlaba de Facebook (leído "Feisbuc" se acorta en "Feis") y la que les explicaba cómo funcionaba y para qué servía. Era oír la palabra "Facebook" y sabía que se iban a dirigir a mí para preguntarme algo, así que nada más escucharlo me giraba, y terminaron por llamarme así. Al principio no me gustaba mucho, pero cada vez que oigo "Oye Feis" o "Feis, ven" me giro y encuentro una cara amiga, con una sonrisa, o un guiño, porque sólo la gente que me quiere me llama así. Y le cogí cariño.

Es curioso como una misma cosa venida de unas personas o de otras, te repatea o te encanta. Cuando yo iba al cole, me apodaron "la alta". Desde siempre he medido bastante más que la mayoría de chicas (y de algunos chicos) de mi edad, así que no se rompieron la cabeza poniéndome un mote. De hecho, muchos años más tarde, cuando yo me marché del colegio y mi hermana estaba todavía en él, mi madre contaba que tenía una hija ex alumna y cuando escuchaban mi descripción le decían: "¡¡Ah!! ¡¡La Alta!!".

Cargué con ese mote toda mi vida, como cargué con el papel de rey Melchor en todas las representaciones navideñas. Teniendo en cuenta que en mi colegio sólo había chicas, buscaban la aproximación física y a mis dos compañeras altas y a mí nos tuvieron toda la infancia travistiéndonos y pasando un calor maligno indescriptible en todas las funciones por culpa de la capa y de la barba postiza. Mi madre se desesperaba de no poder vestirme de alegre pastorcilla, con mi falda roja, mis coloretes y mi oveja. La vida puede ser muy cruel.

Recuerdo que mi abuela odiaba que me llamasen "La Alta". Con lo bonito que es mi nombre, decía ella, para qué estropearlo así. Lo que no entendía es que éramos cuatro en clase con el mismo nombre, y a mí me tocó ser "La Alta" como a otra le tocó ser "La Rubia", a otra "La hija del Cojo" y a otra "La que muerde". Creo que en el reparto, y teniendo en cuenta que yo no podía ser "La Rubia" por motivos evidentes, salí bastante bien parada.

De todas formas, la mujer seguía diciendo que vaya apodo más feo, y yo estoy con ella, porque, pese a que también se pueden usar los apodos de manera chunga para meterse con alguien, muchas veces detrás de ellos suele haber una historia, una anécdota, una cualidad, una palabra de cariño, y es un rollo que se limiten sólo a describir rasgos físicos que son evidentes al ojo espectador.

Por eso adoro ser Feis, y por eso escogí este nombre para denominarme en este espacio que siento mi casa y que quiero que sintáis la vuestra.

¿Y a tí? ¿Te han puesto alguna vez un mote o un apodo?




PD: GRACIAS a todos y todas l@s que me léeis, me comentáis, me compartís y en definitiva, me acompañáis. Todo mi amor y mis mejores deseos para el año que empieza hoy.