"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




domingo, 30 de enero de 2011

Vivir en comunidad

Acabo de llegar a casa después de un finde en mi segunda casa de perreo total, y no me refiero al "perrea perrea" de reggaeton chungo, sino al "perrear" de pegarse un finde en el sofá jugando a la consola, viendo pelis y comiendo cosas que tienen más calorías de las que objetivamente me puedo permitir.

Volvía yo llena de paz y armonía a mi hogar cuando, al salir del garaje, me he dado cuenta de que la puerta estaba abierta. Lo de dejarse la puerta abierta es una costumbre en mis vecinos y vecinas, y me repatea hasta cotas insospechables, básicamente porque con la puerta abierta se cuela quien quiere y acampa en nuestro garaje, que el hecho en sí no me fastidia especialmente, pero la cosa cambia cuando, al salir, lo hacen subidos en uno o dos coches que se llevan por todo el morro.

Ya pasó hace un par de años que nos entraron en el garaje y se llevaron la primera planta íntegra, salvo dos o tres tartanas que no merecían la pena. Cuando l@s dueñ@s de los coches fueron a cogerlos, se dieron cuenta de que sólo estaban las rayas pintadas en el suelo que delimitan las plazas y claro, la que montaron fue pequeña. Sin embargo, siguen dejándose la puerta abierta todos los días del año, y sólo la cerramos quienes no nos quejamos nunca ni ponemos el grito en el cielo.

Vivir con vecin@s tiene su aquel. En mi edificio somos exactamente 48 pisos, en cada uno de los cuales vive un número de personas que cambia con el tiempo, así que es imposible determinar cuántas personas somos exactamente. Poniendo unos aquí y quitando otras allá, calculo que, de media, somos unos 150 vecinos y vecinas, que se dice pronto pero es una barbaridad.
Todas estas personas compartimos 3 ascensores, tendederos, trasteros, cuarto de basuras, 2 garajes, un jardincillo y el portal.

Estar rodeada de personas tiene sus cosas buenas: te pueden dejar sal, azúcar, un huevo y poco más (porque pedir una lechuga o un filete de ternera queda raro) y pueden ser una ayuda fundamental en caso de catástrofe vecinal (inundación, incendio, momento dramático en el que te das cuenta de que te has dejado las llaves puestas). Fin de las ventajas.

Las desventajas, sin embargo, se cuentan por unidad seguida de ceros, y es que la convivencia no es nada fácil. Si has visto Gran Hermano, sabrás que, en la casa, todo se vive con mucha intensidad.

Para empezar, la eterna discusión del montacargas. Para quien no lo sepa, el montacargas es un ascensor sagrado, porque es el único que baja al garaje, que cuando se trata de meter un perro hay que llevarlo estrictamente sujeto para que no se manche pero cuando hay una mudanza se vuelve la embajada de Sarajevo, todo lleno de tierra, escombros, yeso y un sinfín de mierdas más.
Ese ascensor está muy cotizado, claro, porque la totalidad de l@s vecin@s lo necesitamos para bajar a por el coche. Jode más bajar en ascensor hasta el portal y luego dos pisos andando que bajarlos todos andando, es así.

Por este motivo, hay que pedir vez (poco más o menos) para llamar a este ascensor. La gente encima tiene el morro de, una vez que llega a su piso, aguantar la puerta abierta un rato mientras charla con la vecina, y mientras tú te consumes en tu piso esperando que lo suelten para transportarte hasta el garaje o el portal.

Otra cosa que es digna de estudio son las juntas de vecinos. Está el clásico vecino que jamás va, pero se queja por sistema de cualquier decisión que se tome y está el clásico vecino que va a todas, pero sólo para mirar, chistar, y, al llegar el momento de votar, abstenerse porque no lo tiene claro. Está la vecina que va pero "no opina sin consultar con su marido" (que suele ser un tipo de los dos mencionados anteriormente) y está el matrimonio joven, recién llegado, que con su optimismo de novatos quiere conciliar todo el rato. Con este panorama, aprobar el presupuesto para hacer los trasteros costó en mi comunidad 14 años (sólo).
Ya no hay más gente, porque el resto de la comunidad pasa en estéreo de las juntas. Gente muy joven, gente muy vieja, gente demasiado tirada y gente demasiado estirada no aparecen jamás por allí. Tampoco protestan luego, así que les aceptamos y les queremos como son, al menos en este campo.

Porque toda esta gente que no va a las juntas da por saco en otros muchos aspectos.

La gente mayor, por ejemplo. Son como topos, salen de donde menos de lo esperas. También son como murciélagos, que duermen en sus cuevas e hibernan durante gran parte del año, aunque parezca que no están siempre se enteran de todo. Félix Rodríguez de la Fuente hubiera dicho mucho del paralelismo entre vecindades y ecosistemas.
Volvemos a los vecinos viejun@s: tú haz un ruido si tienes huevos. A la mínima que lleves a un par de amig@s a casa a tomar algo, ya se están quejando. A la mínima que pongas música a un volumen agresivo para su Whisper XL (volumen normal para cualquier otra persona), ya están protestando. A la mínima que te pares en las escaleras del portal a charlar con alguien, ya están refunfuñando porque obstaculizas el paso, total, ¿para qué? ¿tendrán prisa? ¡Si ya has vivido 80 años, qué te costará esperar 15 segundos más!

La gente joven, sin embargo, también se las trae, y cuando digo joven me refiero a la franja de edad comprendida entre los 0 y los 18 años. Igual de chungo es que te toquen dos criaturas de 8 y 10 años respectivamente que madrugan los fines de semana para ver sabe dios qué programa de monstruos horribles, que que te toque un vecino adolescente en plena etapa existencial de su vida que se pasa el día intentando aprender a tocar el piano para conquistar a su amada. No te puedes hacer una idea de las veces DIARIAS que toca mi vecino de 15 años de al lado "Every thing i do, i do it for you", de Brian Adams. Y siempre la caga en la misma nota. Me dan ganas de entrar en su casa sin llamar y decirle:

- ¡¡Que no es un "mi"!! ¡¡Que es un "do" como una catedral!! ¡Y llévatela de copas, que el piano está desfasado!


Y así sucesivamente. Lo bueno es que cuando llevas toda la vida vivendo en comunidades de vecinos, es fácil distinguir a todos los tipos de vecinos y vecinas que existen para saber lidiar con ell@s.

Batallar con tus vecin@s es fácil.

Lo difícil es ganar la batalla..



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2 comentarios:

  1. Me ha encantado, ahora que no tengo vecinos tal y como aqui lo planteas (porque los 237 chinos que vivne en la casa de al lado dan para un artículo más largo que este) me ha traido grandes recuerdos de la casa de mis padres que con orgullo ocupé tanto tiempo como pude, especialmente el vecino pianista, por lo menos el tuyo es un modernete, el mío se equivocó durante años y años en la misma nota del Para Elisa, y lo del montacargas, mi casa estaba mejor pensada y era al revés, los dos ascensores bajaban hasta el caraje y el montacargas solo hasta el portal, pero con 56 viviendas, que para dos ascensores tampoco está mal, y se te ha olvidado comentar los tacones de la de arriba y la canica fantasma (me niego a creer que en tu comunidad no existan) ¿y flautas? ¿los niños ya no tocan la flauta en el cole? porque esa era otra grande, jajajajajaja

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  2. Efectivamente, Juan, en mi comunidad hay canicas y taconeos, pero no quería abordarlo porque es un tema muy trillado, quería entrar en otras peculiaridades. Por otro lado, mi vecino desistió con "Para Elisa" tras atascarse una y otra vez casi en el principio de la canción, pero te puedo asegurar que si Bryan Adams le oyese tocar le pediría explicaciones.

    Lo de la flauta es un tema en el que no cedo: en mi presencia están ESTRICTAMENTE prohibidas las flautas, sin más. Oírlas y estremecerme es todo uno...

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