"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 28 de marzo de 2011

El chalet de Olga

Hay cosas en la vida de las que una se siente orgullosa y que sabe que, si no existiesen, nada (o casi nada) hubiera sido lo mismo. Yo, por ejemplo, puedo presumir de haberme recorrido el Paseo de la Castellana en dirección contraria, en plan kamikaze, y haber salido ilesa de aquello. No fue entero, obviamente, fue un trocito, pero eso me hizo una persona más entera, con más luces y más fuerte. Creo que hasta me ayudó a aprobar la oposición, no digo más.

Algún día contaré ese momento, uno de los muchos en los que mi vida ha caminado por la delgada línea de la supervivencia y ha conseguido mantenerse. Hay que vivir al límite, señores y señoritas.

Ser arriesgada y no conocer las señales de tráfico es una de esas cosas que hacen vivir de una manera diferente. Otra de las cosas que son interesantes de tener en la vida, es una amiga (o amigo en su defecto) que viva en un chalet.

Parecerá tema baladí, pero bien pensado no lo es. Cuando vives en un pisucho cualquiera del centro de Madrid o alrededores, tener una amiga que vive en un chalet te abre un mundo de posibilidades, y ese mundo se enfoca básicamente a las fiestas. En un piso es harto complicado hacer una fiesta, porque aunque pongas todos los medios, siempre hay algo que se te escapa.

En mi casa, por ejemplo, es imposible ir al baño sin pasar por todas las habitaciones, y eso en una fiesta conlleva ciertos peligros. Remontémonos al principio de los tiempos de una fiesta cualquiera.

Hay varias cosas que son fundamentales en toda reunión informal con motivos lúdicos, a saber:

- Comida. Algo de picoteo, tampoco un despliegue digno del Bulli, pero una patatuela o el clásico sandwich es de agradecer; punto importante para contrastar con el siguiente punto de la lista y que la cosa acabe sin salir en los periódicos.

- Bebida. He aquí el punto fuerte de las fiestas, porque ni siquiera en la infancia más remota hay bebidas inofensivas. Ya de peque aprovechas para ingerir refrescos a mansalva, lo que en la vida habitual de tu hogar suele estar relativamente prohibido por motivos varios. En la adolescencia y posteriores años de la vida trasiegas refrescos a mansalva igualmente pero acompañados de bebidas alcohólicas y/o espirituosas de diferentes graduaciones. Es por eso que el punto anterior ayuda a que la vida siga su curso, porque si de cuando en cuando pasas una bandejita de algo comestible entre la gente, te aseguras de que los comas etílicos lleguen más tarde, a poder ser cuando la gente esté en la calle o en cualquier otro espacio que no sea de tus dominios (ni de los de tu fregona, porque limpiar todo luego es algo que no deseo yo ni a mi peor enemig@).

- Música. Aunque sea de fondo, aunque sea de Bach, algo de sonido tiene que haber. Este es, sorprendentemente, el mayor de los problemas cuando se hace una fiesta en un piso, porque los vecinos no van a llamar a tu puerta para hacer soplar a la gente, pero por menos de nada aporrean la puerta como una nota de la sinfonía de Bach suene más alta que sus televisores. Es por ello que el tema acústico levanta ampollas en cualquier vecindario que se precie.

- Gente. Puede parecer igualmente evidente, pero es sabido por tod@s que en una fiesta eliges a quién invitas pero no al cómputo general de gente que acude. "Amigos de amigos", parejas, primos, vecinas y gente en general que se une a la celebración de la mano de l@s invitad@s y a la que no le vas a decir que no porque queda feo. Total, que tú invitas a cuatro amigos para una celebración íntima y aquello acaba como la boda de Lolita, contigo a lo Lola Flores diciendo: "¡¡Si me queréis, IRSENNN!!".


Estos son los componentes básicos de una fiesta, a grandes rasgos. Hay otros elementos que suelen estar presentes pero que obviaremos por falta de tiempo y ganas de describirlos. Dejo que las imaginaciones vuelen.

Otra cosa ya digna de comentar es el espacio, y aquí entra la importancia inicial de vivir en un chalet. Mentalízate de que si haces una fiesta en un piso, no puedes preocuparte por aquella figurita que te trajiste de Bali o la alfombra persa que adorna el salón. Cualquiera de los tres elementos descritos anteriormente acabarán por interferir en la vida de esos objetos y dejando huellas imborrables que luego mirarás con nostalgia mientras piensas: "Mira, esa mancha oscura de la alfombra es de la fiesta de cumpleaños de Puri, la que hicimos en el 98".

Es por esto que hacer una fiesta en un piso es complejo, los espacios no acompañan, la gente está apretada, la música no la puedes poner a un volumen audible y la comida y la bebida acaban por los rincones. Vamos, que estás recogiendo trozos de sándwich que encuentras en los lugares más insospechados durante meses.

Por estas razones es fundamental (y una suerte infinita) tener una amiga o amigo que viva en un chalet.

Un chalet ofrece múltiples opciones. Para empezar, el espacio cambia. Todos o casi todos los chalets cuentan con amplias terrazas ajenas a las miradas indiscretas y relativamente ajenas a los oídos indiscretos. Además, la gente que vive en un chalet está acostumbrada a las celebraciones, y por norma general transigen mejor ante las fiestas ajenas. El clásico "hoy por tu fiesta, mañana por la mía".

Por otro lado, si la fiesta se hace en interior, el salón ocupa un espacio amplio, de una planta entera incluso, y una puede estar tranquila de que nadie va a interferir en el resto de la casa para nada. Las figuritas se guardan en una habitación, la alfombra se sube a la planta de arriba y ale, espacio diáfano para disfrutar.

Finalmente, si vives con más gente, puedes incluso celebrar la fiesta con ell@s dentro, que ni se enteran, o se enteran menos. Eso ya es colofón, porque significa que puedes hacer una fiesta cuando te parezca sin tener que convencer a nadie de que desaloje temporalmente la casa para ello. Vamos, que todo son ventajas.

Yo soy una de esas afortunadas que tienen una amiga que vive en un chalet. Me gustaría decir que soy una de esas afortunadas que viven en un chalet, pero no se puede tener todo en la vida. Yo con el de mi amiga me apaño.

Olga lleva celebrando fiestas en su casa desde que tengo uso de razón. Empezó cuando teníamos tres años (ahí más bien las celebraba su madre en su honor, pero yo iba igual) y ayer celebró su 24º cumpleaños. Todos los meses de marzo de mi vida tienen un recuerdo de sus barandillas rojas, su terraza con la mesa puesta y su salón lleno de globos.

Cuando éramos peques, era toda una aventura ir a una fiesta en su casa porque vive en la periferia de Madrid, y sólo el transcurso ya implicaba riesgos insospechados para nuestras mentes forjadas en pisos. Una vez que llegábamos a su urbanización sabíamos que nos esperaba una celebración por todo lo alto, sin límites de espacio, sin familias pululando, sin ojos atentos a las copas que nos pudiéramos tomar (que eran pocas, mamá, te lo prometo) y con terraza para fumar. El Olimpo, vaya.

Ya de mayores, nos sigue encantando ir a su casa, y es que las fiestas en los chalets son otra cosa.

Ayer comentábamos en su cumpleaños que por muchos años que pasen, por muchas vueltas que de la vida, por mucho chalet que yo tenga dentro de unos años (cosa bastante improbable, por cierto, visto el rumbo de mi economía, pero yo no pierdo la fe), siempre recordaremos las fiestas de Olga como grandes acontecimientos vitales. Que ya quisiera la Preysler dar fiestas como las suyas, vaya.

En fin, que gracias Olguita. Que sé que lo vas a leer, que espero que lo sigas haciendo (lo de leerme y lo de las fiestas) , y que confío en ir durante muchos más años a fiestecillas en tu casa, con sus mediasnoches, su barra llena de botellas, su megatrón (estoy esperando a ver tu salón lleno de humo) y tu sonrisa abriendo la puerta y diciendo siempre:

- ¡¡Bienvenidas, chicas!!


Que al fin y al cabo, para eso vives en un chalet ;)



viernes, 25 de marzo de 2011

Chinismos

Haciendo honor al nombre de este nuestro blog, hay una cultura que adoro: la china.

No quiero decir que me guste la cultura china de China, porque en fin, tiene sus más y sus menos, pero me caen bien l@s chin@s, qué le voy a hacer. Tengo pruebas irrefutables de que sus representantes en España (que por cierto, el día que hagan un censo y descubran cuántos son en este país nos funden, espero que no nos pillen por sorpresa) a veces son gente de dudosas formas y curiosos sistemas sociales, pero inevitablemente me siguen cayendo bien.

En primer lugar, regentan los restaurantes chinos, que ya es un punto a su favor. Hay quien dice que sirven rata, gatos, viejos y todas esas leyendas urbanas, pero mire usted, va a resultar que las ratas, los gatos y los viejos están muy ricos (y con un poco de salsa agridulce ni te cuento). Me asombran porque se saben de memoria todos los platos de la carta (y los apuntan con número, a ver qué camarero español hace eso, JÁ) y porque pese a que no suelen hablar una palabra de español, entienden absolutamente todo. Yo oigo a gente que les dice:

- Queremos unas cosas que son como fideos, pero no como los fideos de la sopa, sino fideos así más finos y más largos, y vienen con una especie de verdura que es entre blanca y beige, y una salsa que no sabemos que qué es pero sabe parecida a la agridulce, pero no es roja, es más como marrón, vamos, ¿sabes qué te digo, no?

Y el camarero aparece con una fuente humeante y la familia come tan ancha. Sin embargo, cuántas veces me las he visto y deseado con los camareros españoles para que entiendan que quiero un filete muy hecho. Me lo suelen traer vivo, luego chorreando sangre, luego ligeramente rojo y cuando por fin viene como yo lo quiero casi le puedo echar nata del flan de mi madre, que ya va por el postre.

Otro tema fundamental de la población chino-española es el favor social y humano que nos hacen abriendo sus tiendas de... de... de "Chinos". No se les puede dar un calificativo muy concreto porque en esas tiendas hay de todo: alimentación, ropa, complementos varios, perfumería, maquillaje, tecnología variada, papelería y un sinfín de chorradas varias que no sabes muy bien para qué sirven pero que no entiendes cómo has hecho hasta ahora para sobrevivir sin ellas.

Adoro estas tiendas, pero si hay algo que adoro más que las tiendas (y sus dependientes, claro) son sus carteles. Esos carteles escritos en un castellano dudoso (también habría que vernos a nosotr@s escribiendo en chino, a ver quién era el listo que acertaba) pero tan entrañables al fin y al cabo y que tantas sonrisas nos han sacado.

Hace poco me pasaban un mail con una selección de los mejores letreros y carteles vistos en tiendas chinas que ahora quiero compartir con vosotr@s (y comentarlos, claro).

A ver si después de verlos no adoráis a l@s chin@s tanto como les quiero yo.



Que los disfrutéis.

















Primero las Ruffles "Jamón Jamón", luego la Cerveza con sabor limón y ahora estos tentadores fideos. Y que no se le haya ocurrido a Ferrán Adriá...





Qué ignorancia la mía: yo que creía que Aladdín era el de la alfombra voladora...





Todavía hay gente que se resiste a las nuevas corrientes modernas y se piensa que la fiesta de los muertos es Halloween...





Si consigues leer las tres primeras líneas sin equivocarte ni una vez te traen a Pancho, el de la ONCE, y te regala el cupón con el que se fue a las Maldivas a flotar en una colchoneta de plástico.





Abril, cerral...





Dicen las malas lenguas que esta colonia la intentó imitar Calvin Klein sin demasiado éxito.




¿A tu hij@ le gustan las Princesas Disney y Supermán? Ya no tienes que comprarle dos mochilas, aquí tienes la solución perfecta.





Yo venía a por zanahorias, pero ahora me creas la duda. Va, ponme cuarto y que sea lo que dios quiera.



Lo mismo que con las Princesas y Supermán, pero en versión "verde". Ojo, sólo si te gusta Shrek 2, si te gusta Shrek 1 ya es otro tema.





Panasonic eligió mal el nombre. Está claro que este tiene mucho más tirón.




Las instrucciones son claras. Si se te estropea es porque eres torpe, eso es así.





Ahora lo molón no es "Puma", lo molón es este guepardo asiático en posición de ataqueeeerrrrrr...




Es que la gente ya no tiene educación, coño.




Para la uñeja rebelde o para ese padrastrillo que no acaba de salir.





Esto ya es rizar el rizo: si a tu hij@ le gustan Sonic y Harry Potter y además tiende hacia el partido demócrata.





Este día les tocaba coser a los tuertos.



MI SELECCIÓN PERSONAL (tarrán, plan, redoble, platillos, cornetas al aire):




E.T. VS Michael Jackson. Alien VS Predator. Ironía fina, canelita en rama. Una combinación escogida al detalle, todo ello impreso en un práctico monopatín.





¿Alguien da más?


miércoles, 23 de marzo de 2011

Y encima, muchas veces, es hasta marica

Hay veces que pienso que los peligros del mundo educativo no están en el Gobierno, que legisla para sí mismo, ni en l@s niñ@s, que cada vez vienen con menos ganas y más mala leche, ni en las familias, que conforman el HAMPA (ah, no, que es sin H, pero que al fin y al cabo las dos acojonan por igual). A veces pienso que el gran peligro es el tipo de gente que, a veces, se dedica a la enseñanza.

Estábamos hoy en el despacho mi compañera y yo charlando animadamente sobre la televisión. Son ese tipo de conversaciones de sobremesa que a veces sacamos para pasar el rato entre reunión y reunión cuando las cabezas no dan para más. Salíamos del despacho de la directora con las orejas echando humo por el esfuerzo de pensar en cómo hacer que el grupo de profesoras encantadoras que quieren asesinarnos sin piedad cedan a nuestras propuestas.

En semejantes circunstancias, sacar el tema de la televisión y su programación era completamente procedente.

Comentábamos que la tele da asco. Que la programación está llena de formatos chungos donde la gente, a unos decibelios seguramente dañinos para el oído humano medio, se pone de vuelta y media por menos de nada. Ojo, no me las quiero dar de nada porque admito que veo Gran Hermano desde que Mercedes Milá podía convivir con el humo del tabaco sin blasfemar como Regan McNeil en El exorcista, pero de ahí a poder ver Telecinco en la actualidad durante más de 10 minutos seguidos hay un mundo.

Sin embargo, me cuesta convivir con los programas del corazón, no porque no sea yo un poco marujilla, que también, sino porque se me hacen repetitivos, cansinos, aburridos y Belén Esteban me cae hasta mal. Al principio tenía su gracia, porque la gente un poco paletilla pero buen corazón siempre cala hondo, pero ahora ya ni eso. Me crispa los nervios verla a todas horas en todas partes.

Total, que en esas estábamos, comentando que a día de hoy, si quieres salir en la tele, tienes que ser un punto ordinaria, barriobajera, malhablada y sobre todo ignorante. Sin ir más lejos, toda la prensa nacional se hacía eco esta semana de que la ganadora de Gran Hermano 12 dice que "no hay ningún país en la Península Ibérica". Que nadie te pide un doctorado para salir en la tele, pero de ahí a vanagloriarte de tu analfabetismo hay un paso (largo).

Cuando hemos llegado a ese punto de la conversación, mi compi ha dicho:

- Lo peor es que no es sólo en los programas del corazón, es que luego en todas las películas y series de producción española siempre hace gracia o es protagonista "el tonto" o el que no sabe hacer nada. El ejemplo más claro lo tienes en El Luisma de "Aída", que ha hecho popular la expresión "Como el Luisma es tonto..."; y claro, el que estudia o se forma, o hace algo con su vida siempre aparece como el empollón, el listillo, el sabelotodo.


Hasta aquí iba bien. Hasta aquí me ha gustado hasta el paralelismo y me han dado ganas de decirle:

- Para, para, y sigue contando esto dentro de las clases de secundaria.


Pero ella ha cogido carrerilla, se ha emocionado y ha terminado:

- ... aparece como el empollón, el listillo, el sabelotodo. El repelente, el que cae mal. Como estudiar no se lleva, como saber cosas no está de moda, lo suelen pintar como un personaje sin éxito, feo o poco agraciado, flacucho, poca cosa. Y encima, muchas veces, es hasta marica.


Y se ha quedado tan ancha. Vamos, que ha seguido leyendo el periódico como si nada.

Digo yo que esto en pleno siglo XXI es hasta obsceno. Que una persona joven que se dedica a enseñar, a formar, a inculcar valores diga "y encima muchas veces es hasta marica" refiriéndose a un calificativo despectivo roza lo que ella misma criticaba: roza lo paleto, lo ordinario y lo analfabeto. Que dicho de boca de la Esteban no sonaría peor, vaya.

Me da un poco de miedo que esa gente (porque el ejemplo de mi compañera es uno, pero hay cientos de docentes así o peores) asuma con libertad la tarea de educar a nadie. Está claro que no todo el mundo está cortado por el mismo patrón y que no puedo hacer de mi capa un sayo y esperar que todo el mundo piense como yo, pero me siento impotente cuando gente que se llena la boca con palabras como "respeto", "tolerancia" o "igualdad" diga estas cosas y no sólo las diga, sino que se las venda a l@s niñ@s como dogmas de fe.

¿Qué se hace en estos casos? ¿Cómo se lucha contra esto? ¿Cómo se frena la corriente de borreguismo que asola nuestras escuelas?



Borrego

viernes, 18 de marzo de 2011

La loca de Elena

Hace años, como ya he contado alguna vez, trabajé en una guardería (si quieres revivir de qué fue la cosa, pincha aquí y luego aquí). Hoy en día, la palabra "guardería" casi no se usa, porque proviene de "guardar" y no sólo se utilizan para guardar a l@s niñ@s, sino para otras muchas cosas. Yo sin embargo, puedo decir que guardaba niños y niñas en un espacio cerrado llamado "casa" y mientras tanto les daba de comer y les cambiaba los pañales, pero había tantos que casi no me daba tiempo a hacer otra cosa.

En aquella época trabajaba con unas 12 personas entre titulares, auxiliares, personal de cocina y un bedel realmente grimoso y extraño, un retrato perfecto de Norman Bates de Psicosis pero sin cortina de la ducha de por medio.

Entre mis compañeras había de todo, como en la mayoría de los curros: gente maja, gente un poco menos maja pero correcta, gente insoportable y una persona completamente desequilibrada. La mujer en cuestión se llamaba Elena, tenía unos 30 y tantos y no estaba bien de la cabeza.
Para empezar, físicamente era una persona peculiar; no digo que fuese estilísticamente rara, porque era una chica de lo más corriente, bajita, rubia, con una voz dulce y siempre muy mona vestida. Pero en sus ojos, en sus gestos, en su respiración se notaba que algo en su cabeza no carburaba del todo bien.

Elena era la profesora de la clase de 3 años, la más grande y guay de todas. Esa sala tenía una pared de cristal por la que todas las familias podían ver lo que hacían sus criaturas, un tatami o colchoneta gigante en el suelo, una piscina de bolas (el sueño dorado de toda persona entre los 0 y los 8 años) y decenas de peluches y juguetes de todos los tipos y pelajes.

En primer lugar, Elena no dejaba a casi ningún niño o niña meterse en la piscina de bolas. Se creería que se iban a ahogar o algo así, por lo que la tenía en todo el medio de la clase pero no dejaba a nadie acercarse. Le gustaba mucho jugar a los exploradores, algo que tenía su gracia la primera media hora, pero hasta para las criaturas de 3 años jugar a los exploradores durante 6 horas seguidas terminaba cansando.

Otra cosa para la que Elena tenía poca paciencia era para la comida. Contemos con que el niño o niña que no comía o tardaba siglos en tragarse el puré tenía un castigo poco apetecible, que era comer en el cambiador. Sí, estamos de acuerdo, es poco o nada higiénico, pero Elena no conocía esa expresión. Ella lo limpiaba con amoníaco (para intoxicación general de todo el mundo) y ya por eso se creía que podía hacer albóndigas directamente en el suelo, porque estaba todo limpísimo. Mi duda es por qué ella se ponía guantes simplemente para entrar, si todo estaba tan limpio, pero tengo muchas dudas en mi vida que nadie me resuelve y sigo viviendo, así que podré morir con la incertidumbre.

Otra cosa más chunga que hacía era dar azotes a los niños y niñas. Azotes de esos con la mano hueca y sin fuerza, hay que matizar que nunca jamás la ví pegar un bofetón a un niño o niña, pero los azotes, por muy mano hueca que pongas, no dejan de ser una agresión. Por todo esto yo tenía a Elena una manía horrible y ella a mí, pero mi única motivación para seguir en aquel curro era denunciarla y que la echasen a tomar por culo. El problema era que me costaba demostrarlo, porque jamás nunca lo hacía delante de la jefa, y aquello me ponía negra.

Teníamos un cuchitril bajo tierra (real como la vida, porque era un sótano) que hacía las veces de vestuario para el personal, y ahí nos cambiábamos y dejábamos la ropa mientras currábamos, porque llevábamos uniforme. En el armario dejábamos la ropa y en un armarito los zapatos, y cuando terminábamos dejábamos allí el uniforme y el calzado de curro, que en casi todos los casos eran unos zuecos de esos un poco ortopédicos pero que tienen su interés cuando te pegas 8 horas diarias cargando con niños y niñas en brazos. La espalda lo agradece.

Una tarde, cuando entre a trabajar, descubrí a Elena voceando a todo vocear. No era muy común en ella gritar, porque solía hablar con voz suave pese a estar completamente loca. Ese día, sin embargo, se la escuchaba casi desde la calle, y con ella a mi compañera Cris devolviéndole los gritos.

Cuando conseguí llegar a la clase de Elena descubrí que la pelea venía porque Elena no encontraba su zueco izquierdo de currar. Al ojo experto le parecerá que puede ocurrir que un zueco se extravíe en el trajín de 12 personas con sus 12 pares de zuecos guardados en un cuchitril, pero Elena ni tenía ojo ni era experta, así que dedujo que se lo habíamos robado.

Elena, que calzaba un 36, no entendía el sinsentido de robarle un zueco a alguien sin la pareja, sin que te valga para absolutamente nada. Ella estaba erre que erre con que se lo habíamos robado sabe dios para qué.
Cris, que era bastante bruta, le gritaba que si le hubiera robado el zueco sería sólo para metérselo por el culo, y la otra le contestaba que era una ladrona y que bla bla bla.
En un momento en que las cosas se torcieron, Elena empujó a Cris y ésta tuvo la suerte de caerse de espaldas en la piscina de bolas (la sacrosanta piscina, sí). Nos quedamos tan flipadas que no supimos cómo reaccionar, así que yo me anticipé, me lancé a por Cris y mientras la calamaba la pedí que mantuviese la paciencia hasta que llegara la jefa para hablar con ella.
Cris se fue a su clase y yo me bajé a los niños y niñas de Elena a la suya, porque estaban comiendo.

El típico niño cansino bajaba sin haberse terminado ni el puré, así que me lo llevé a clase con el plato. Mientras el resto se aseaban y se metían en la cama para echarse la siesta, yo me senté con el niño en una mesa y le empecé a dar el puré.

- Que se lo coma solo - sentenció Elena con sequedad al verme dárselo.

- Se muere de sueño, Elena, se lo doy y le acuesto - le contesté yo con más sequedad aún, y seguí dándoselo.

Al rato la sentí a mi lado otra vez:

- Su profesora soy yo y te digo que tiene que comer solo - me repitió cada vez más nerviosa.

- Si quieres que se lo coma solo quédate tú - contesté - pero mientras esté yo, le ayudo y tardamos la mitad.

- Pues deja, que se lo doy yo - respondió Elena, y le levantó para llevarle al cambiador.

- Déjalo, se lo termino de dar yo, pero al cambiador no le llevas - dije, y después senté de nuevo al niño, cogí la cuchara y la llené de puré.


Fue cuestión de un segundo. La mano de Elena voló hacia la mía y me calzó un bofetón en toda la mano tirándome la cuchara y el puré a tomar por culo.

La muy loca estaba resoplando como un toro, toda roja y sudando de la rabia que tenía. Me dí cuenta de que los niños se habían quedado en silencio y nos miraban. Dos se asustaron y empezaron a llorar.

Me contuve y salí como despavorida hacia el despacho de mi jefa, que acababa de llegar. Entré por la puerta sin llamar y empecé a contar atropelladamente lo que había pasado: que me había pegado, que era una desequilibrada, que daba azotes, que hacía comer a los niños en el cambiador y que o ella yo.

Acojonantemente, mi jefa sacó los papeles para echarme. Me dijo con toda la paz del mundo que Elena era accionista del negocio y que no se la podía echar, y que si yo tenía tanto problema, que a la puta calle conmigo. Aquel día fue el último para mí: recogí mis cosas y me marché para nunca más volver. Esa ha sido la única vez que me han echado de un trabajo.

Al día siguiente me llamó una mamá que tenía mi teléfono porque se lo había dado yo el día que empecé a llevar la ruta. Al no verme en la guardería, hacía preguntado por mí y mis compañeras le habían contado que me habían echado.Me contó que había denunciado a la guardería y que me iría contando cómo iba la cosa, que había aportado pruebas de que la loca de Elena se portaba regular en el trabajo. Se me abrió una nube en el cielo, porque lo que justamente yo no tenía eran pruebas.

No sé cómo terminaría la cosa, pero un par de meses después la guardería cerró. Confío en que Elena haya tenido un juicio y que la hayan inhabilitado, porque hay mucha mala gente en el mundo que no lleva un cartel en la frente. Alguien capaz de portarse mal con un menor no merece perdón.

Lo que yo me pregunto es que, aunque la educación sea tu negocio, aunque vivas de ello y te importe mucho el dinero... ¿nadie piensa en l@s niñ@s?


martes, 15 de marzo de 2011

El Niño Pateador

No sé por qué extraño motivo o razón cósmica, las clases de 3 años siempre tienen bastantes elementos entre sus filas.

Será porque es el primer curso del ciclo, el primer curso en el que la mayoría de niños y niñas van al cole, será porque vienen de la vida más asalvajada, de la anarquía de sus casas, de la comida a demanda y las tardes con los abuelos, será por lo que sea pero hay determinadas criaturas que tienen miga.

En mi cole del año pasado sólo había una clase de 3 años, pero bastaba y sobraba. En esa clase llena de pequeñeces había unos trillizos, dos niñas y un niño, que eran como una mafia organizada pero sin el "como". Lo que yo he visto hacer a esas criaturas es digno de película de Tarantino como mínimo, pero no hablaré de ellos ahora. Un día les dedicaré una entrada.

En mi cole de este año hay dos clases de 3 años que aparentemente son iguales: niños y niñas por lo general sonrientes, cariños@s, felices y agradables. Sólo hay una diferencia: en una clase hay tres niños un poco cabrones y en la otra no.

Decir de un niño que es "un poco cabrón" no queda muy fino ni muy tierno, pero así son las cosas. Estos niños se caracterizan por ser cañeros, movidos, listos como ellos solos y con una capacidad absolutamente sorprendente de hacer putadas con poco menos que nada.
Los niños y niñas un poco cabrones suelen ser, inevitablemente, hijos e hijas de padres y madres un poco o bastante desbordados por la situación de tener criaturas que se revelan como pequeñas personitas malignas en potencia.

Algunas de esas familias invierten muchos esfuerzos en enderezar a sus hijos e hijas y otras lo dejan por imposible antes de empezar y luego llaman a Supernanny movidas por la estupefacción que les causa no haber atajado el problema a tiempo y preguntándose "cuándo se nos torció el niño", aunque el crío en cuestión tenga 2 años. Así funcionamos en este país y en otros tantos igual de desastrosos que el nuestro en materia de infancia.


Ayer por la mañana fui a esta clase que menciono a hablar un minuto con la profe. Cuando entré por la puerta uno de estos niños (que por cierto estaba castigado), que estaba en plena rabieta, me atizó un patadón digno de un discípulo del Señor Miyagui. De hecho, si el mismo Señor Miyagui hubiese conocido a este niño, le iban a dar a Daniel San por donde amargan los pepinos.

La patada, efectuada con elegancia, precisión, fuerza y un trazo casi perfecto, aterrizó en el punto justo de mi espinilla, ese punto que te tiene coja toda la mañana sólo comparable al golpe en el llamado "hueso de la risa" sito en el codo y que te deja sin resuello y con lágrimas en los ojos.

En esos momentos en que un niño me enchufa una leche, o un pisotón o me vomita encima, me cuesta mucho controlarme. Por un lado pienso que pobre, no sabe lo que hace, pero por otro me dan ganas de darle con toda la mano abierta. Sin embargo, respiro hondo, me controlo, y procedo a echarle la charla correspondiente sobre lo doloroso que es recibir una patada y lo duro que se hace venir al cole pero lo muy cuesta arriba que puede resultar venir a clase si yo le acabo cogiendo tirria. El clásico "yo por las buenas soy muy buena pero por las malas soy muy mala" de toda la vida, vaya.

Después de soltarle la correspondiente chapa, que me pidiese perdón con lágrimas cocodrileras en los ojos, que me diese un beso restregándome todos los mocos por la cara y darle mi bendición, me fui para el despacho y conté un poco a mis compis lo que había pasado.

En qué hora.

Una jarana de conversaciones cruzadas, opiniones detractoras y quejas con suspiro se alzó de inmediato. Estamos un poco hasta arriba de estos niños y el segundo trimestre es duro, así que en cuanto surge una situación así, todo el mundo ataja a la desesperada poniendo al niño en cuestión de vuelta y media y dando medidas drásticas para paliar la situación: cambiarle de clase, hablar con la familia, castigarle hasta que haga Selectividad e imponerle una sanción son algunas de las opciones que se barajan con asiduidad en estas ocasiones.

Calmando un poco los ánimos, le quité hierro al asunto ("ha sido una chiquillada", dije yo nada convencida de mis propias palabras) y las aguas volvieron a su cauce. Horas más tarde, me puse el abrigo, cogí el bolso y me dispuse a salir del cole para irme a comer.

Quiso la casualidad que en el aparcamiento me encontrase al niño pateador (al que en adelante llamaremos El Niño Pateador por alusiones) y a su familia, que estaba hablando animadamente con otra familia mientras los retoños jugaban en la calle.

El Niño Pateador se dedicaba, en ese momento, a tirar piedras a los coches a vista de todo el mundo. Recé una novena casi entera por que ninguna de esas piedras impactase contra la luna de un coche, y particularmente del mío, porque las piedras tenían un tamaño considerable y mi paciencia un límite cada vez más delgado. Sólo de imaginarme el suelo lleno de cristales se me ponían los pelos de punta.

Me estaba poniendo de los nervios, pero fue otra mamá en cuyo coche impactó una piedra la que, saliendo del coche, le llamó la atención al Niño:

- Oye bonito, no se tiran piedras a los coches.

La madre del Niño Pateador apareció en escena: se giró, miró con odio visceral a la madre que le había llamado la atención a su hijo y le dijo:

- Oiga, ¿usted quién es para llamar la atención a mi hijo? Si están jugando, déjeles en paz.

Y acto seguido se dio la vuelta y siguió rajando animadamente con su interlocutora.


En esos momentos entiendes muchas cosas: entiendes que El Niño Pateador sea un poco cabrón, que pegue patadas, que llame la atención, que tire piedras, y lo entiendes porque su madre pasa de él y de todo lo que no sea ella misma, y no piensa hacerle caso ni siquiera cuando otras personas están recibiendo pedradas de su hijo.

Entiendes entonces que ese niño no es el verdugo, que es la víctima, como tantos otros niños y niñas, adolescentes, chavales y chavalas que no encajan porque dan problemas, porque tienen conductas agresivas, porque roban, porque pegan, porque contestan mal y que enseguida con llevad@s al castigo pero que en el fondo son el resultado de padres y madres que pasan, que no les prestan atención, que no les escuchan.

Entiendes que esa patada, como tantas otras cosas, no es una maldad, sino una bengala lanzada desde un barco perdido en medio del mar para que otros barcos las vean en el cielo estrellado. Que esa patada, como tantas otras cosas, es un S.O.S. Que es un "oye, que estoy aquí".

Y empiezas a querer al Niño Pateador. Aunque te siga doliendo la espinilla.

viernes, 11 de marzo de 2011

Contando cuentos chinos

Desde que tengo el blog, desde que reenlazo a Facebook, desde que escribo semanalmente, me siento mitad Madonna mitad desnuda (que en realidad, si se piensa en la Madonna de los 80, es casi lo mismo, porque Madonna nunca se hizo popular por llevar mucha ropa).

Ya he contado alguna vez que este es el 6º blog que tengo en mi vida. Mucha de la gente que me lee y me comenta ha compartido posts conmigo en otros espacios, así que ya sabéis de qué va esta historia. Sin embargo, esta es la primera vez que hago público un blog tan personal, y eso es tanto como fotocopiar el diario y ponerlo de salvapantallas en todos los ordenadores del curro.

Decía que por una parte me siento Madonna porque de repente descubro que me sigue gente desde varios países del mundo. Blogger tiene una herramienta llamada "Estadísticas" en la que muestra cuánta gente visita el blog al día, qué entradas son las más leídas (esto último lo comparto con todo el mundo, lo encontrarás a la derecha de la página, un poco más abajo), desde qué países lo leen y cómo acceden a la página, entre otras cosas.

Y veo que tengo visitas desde España, claro, pero también desde Francia, Alemania, Uruguay, Portugal, Brasil, Argentina, México, Japón, Canadá, China, Perú, Polonia, EEUU... en dos de estos países tengo colegas viviendo, así que no tiene demasiado mérito, pero me intriga profundamente saber qué cojones hará una persona japonesa o china leyendo mi blog. Sin embargo, lo agradezco mucho y me encanta estar tan lejos.

Por otra parte decía que me siento desnuda porque, desde que todo el mundo lee mi blog, todo el mundo sabe cosas bastante internas de lo que pienso, y no me había dado cuenta de hasta dónde podía llegar eso.

Cuando escribo (supongo que como casi todo el mundo que mantiene un blog o un diario) no lo hago con premeditación. De hecho, ni siquiera tengo un tema ni un título para el post. Simplemente me siento, me relajo, y escribo. Cuando termino releo y si me parece aceptable le pongo un título y lo publico.

En estos 5 meses en los que "Cuentos Chinos" ha dado sus primeros pasos, he publicado 71 entradas, pero he escrito más de 100. Algunas las tengo en el tintero para retomarlas, otras simplemente fueron borradas antes de ver la luz. Textos que hablaban de cosas que no estoy preparada para contar, líneas demasiado arriesgadas, pensamientos inconexos que nadie más que yo entendería y otros avatares literarios que murieron antes de nacer.

En estos 5 meses, las 71 entradas que he publicado han recibido más de 2100 visitas, y la mayoría de ellas han sido comentadas (a veces con feedback por mi parte cuando tengo tiempo y energías) por vosotr@s. Eso es tanto como decir que estoy conectada con mucha gente que entra, lee, comenta y vuelve a entrar y vuelve a leer, y me escribe un correo y muchas veces me salta las lágrimas. Es genial.

En estos 5 meses, cada vez que me he encontrado con gente de diferentes ámbitos en bares, casas ajenas, discotecas, calles, manifestaciones, fiestas y otras reuniones he recibido abrazos y sonrisas acompañadas de comentarios acerca de este blog. Mi propia madre enlazó sabe dios cómo con la URL de la página y se emocionó leyendo algunas cosas que luego vino a compartir conmigo.

Mi familia, mis amigos y amigas, mis compis del trabajo, mucha gente que me sigue y a la que sigo. Gente desconocida, gente que espero conocer algún día.


Gracias a todos y a todas por vuestra compañía, vuestro cariño, vuestras sonrisas, vuestro apoyo, vuestro amor, vuestros comentarios.

Gracias a todos y a todas por estar.

Gracias a todos y a todas por ser.


Os quiero.




martes, 8 de marzo de 2011

Feliz día, mujeres

A todas las mujeres que trabajan en extenuantes jornadas de 16 horas diarias, 8 en su empleo y 8 en sus casas.

A todas las mujeres que soportan ser menospreciadas en sus lugares de trabajo, y que perciben salarios inferiores sólo por el hecho de ser mujeres.

A todas las mujeres que prefieren que se reconozca su papel fundamental en la historia antes de que se les ceda el sitio en el autobús.

A todas las mujeres que sacan a sus hijos e hijas adelante solas, no porque no tengan pareja, sino porque es como si no la tuvieran.

A todas las mujeres que en su día lucharon y siguen luchando por que se reconozcan los derechos de todas las mujeres del mundo.

A todas las mujeres que son calladas continuamente porque su opinión no interesa en las altas (ni en las bajas) esferas a no ser que se comporten como hombres.

A todas las mujeres que han soportado que se las cuestione en las entrevistas de trabajo sólo porque algún día pueden tener el deseo de ser madres.

A todas las mujeres que soportan día a día comentarios machistas acerca de su condición femenina.

A todas las mujeres que derriban los estereotipos rechazando la imagen que se espera de ellas. A todas aquellas que se niegan a embutirse en tallas imposibles sólo porque es "lo femenino".

A todas las mujeres que están orgullosas de serlo y quieren gritarlo al mundo.

A todas las mujeres que viven reprimidas en sus países, en sus ciudades, en sus casas, a todas aquellas que algún día saldrán de esa situación y gritarán al mundo que son felices por ser mujeres.

A todas las mujeres, feliz día.

Porque todos los días sea 8 de marzo.


lunes, 7 de marzo de 2011

Canción de amor propio

"A veces me desdoblo, y me digo al oído: qué bueno respirar, sentirse vivo. ¡Qué suerte que te cruces por mi camino! (...) Qué grato es encontrarme, vaya donde vaya, por más que me cuento mis chistes siempre me hacen gracia, si me voy, si me duermo, la vida se apaga, qué potra saber que siempre me seré fiel, ¡qué suerte desde un principio caerme tan bien...!".

Esta reflexión no es mía (que ya me gustaría) sino de Ismael Serrano en su tema "Canción de amor propio" (si te apetece escucharla, puedes hacerlo pinchando aquí). Esa canción empieza como ha empezado esta entrada y es, en resumen, una oda a mí misma. Si la escuchas tú, será un homenaje a tí, porque se trata de elogiarse a un@ mism@, que es algo que no hacemos muy a menudo.

Adoro esta canción porque habitualmente, la música habla de otras personas: personas de las que te has enamorado, o personas a las que quieres, o a las que odias, o hablan de la familia, o de l@s amig@s... sin embargo, hay pocas canciones dedicadas a hablarle con amor a un@ mism@, y esta es una de esas canciones.

Reconozco que soy de esas personas que adoran estar rodeadas de gente; durante muchos años de mi vida, he pasado verdadero terror estando sola. No era una cuestión de sentirme sola, sino de estarlo de verdad, de no tener a nadie cerca si me pasaba algo, de no escuchar más voces que la mía, de no poder pedir ayuda si la necesitaba. Mis mayores terrores se enfocaban a momentos de soledad: terror nocturno si dormía completamente sola, imposibilidad total de quedarme sola en casa, pánico a caminar sola por la calle de noche... incluso el silencio me hacía sentir incómoda.

Paralelamente, he vivido todos estos años admirando a gente y queriendo parecerme a esas personas. Ser "tan buena como...", "tan trabajadora como...", "tan guapa como...", "tan feliz como...". Y de repente, un día, todo eso cambió.

Cambió el día en que me conocí.

No es redundar, no, señores y señoritas. Una puede convivir toda la vida consigo misma sin conocerse. Resulta que yo, por suerte, me conocí. Y me gusté.

Me gustaron mis manías, me parecieron racionales y soportables (yo, desde luego, las soporto perfectamente).
Me gustaron mis gustos, mis pequeños placeres, mis formas de disfrutar. Me gustó mi sensibilidad, no es mucha, ni poca, pero es la mía. Y me gusta.
Me gustaron mis miedos, porque tenerlos significa cuestionarme muchas cosas y afrontarlas. Me gustó aceptar que están ahí, esperando a ser superados.
Me gustó mi rutina, porque la he elegido yo. Me gustó mi pasión por mi trabajo, por dedicarme a lo que me gusta.
Me gustó el amor que encontré dentro de mí. Me hizo feliz descubrir que quiero a mucha gente y que me siento querida por otras tantas personas. Me gustó saber que no me siento sola (o no siempre).

Me gusté, en definitiva. Me caí bien.

Y decidí que lo más inteligente, lo más sabio, lo más natural, es cuidar lo que a una le gusta. Como se cuida a los buenos amigos y amigas, a la familia, como se cuida una parcela de la vida, como se cuida un puesto de trabajo o un jersey al que se le tiene cariño. Como se cuida a una pareja a la que se quiere, como se cuida a un hijo o a una hija porque es fruto de una misma.

Así que, en consecuencia, decidí cuidarme. Decidí apoyarme, estar conmigo siempre, porque en definitiva, soy mi mejor compañera de viaje. La gente va, viene, desaparece y vuelve, pero yo voy a estar conmigo hasta el fin de mis días.

Decidí creer en mí, siempre, ante cualquier circunstancia. Darme un voto de confianza, permitirme intentar las cosas. Decidí no regañarme si no lo consigo, no hacer que la desilusión se apodere de mí cuando las cosas no me salen, o no como yo quiero.

Decidí respetarme, no hacerme daño. No decirme cosas que pudieran herirme, no machacarme con errores pasados o incertidumbres futuras. Serme fiel, siempre, en todo momento, no traicionarme nunca.

Pero sobre todo, por encima de todo, decidí quererme. Quererme tanto que, en caso de entrar en conflicto conmigo misma, siempre ganase mi amor por mí, por valorarme por ser quien soy y por quien quiero ser.

De ahí nació mi "Canción de amor propio". Y me la canto siempre que puedo, porque no hay nada como recordarme a mí misma que soy feliz de tenerme cerca.

"A veces me desdoblo, y me digo al oído: ¡Qué bueno respirar, sentirse vivo...!"




martes, 1 de marzo de 2011

Todo un caballero

Una mañana soleada, hace ya tiempo (cuando hacía sol y calor, ya ni me acuerdo de eso), fui a echar gasolina antes de ir a trabajar.

Hay dos momentos malignos para echar gasolina: la franja horaria comprendida entre las 7 y las 9 de la mañana, cuando todo el mundo va con infinita prisa e infinita mala leche antes de ir a trabajar, y la franja comprendida entre las 7 y las 9 de la tarde, cuando todo el mundo va con infinita prisa e infinita mala leche nada más salir de trabajar.

A mí, que me gustan las emociones fuertes, me suelen pillar esas franjas horarias para ir a echar gasolina, más que nada porque si me doy cuenta de que voy en la reserva por la tarde lo dejo para la mañana siguiente, y si me doy cuenta por la mañana ya lo dejo para la tarde. Por ese motivo, echar gasolina suele ser un momento aburrido y estresante para mí, porque se suelen suceder situaciones hostiles y tensas como la que voy a relatar.

Esa soleada mañana yo iba camino de la gasolinera antes de trabajar, como tantos otros días. Hacía buen tiempo, lo que en mí supone un plus de buen humor, además de que supone que llevo puesto mi cd para tiempos soleados. Tengo varios cd´s grabados para el coche que escucho en momentos concretos: cuando hace sol, cuando llueve, cuando estoy agotada, cuando estoy rebosante de vitalidad, cuando estoy nerviosa... Escuchar canciones concretas me ayuda mucho en momentos puntuales a sobrevivir, y ese día llevaba mi cd de tiempos soleados y la ventanilla bajada, que es algo que me gusta hacer cuando hace bueno para notar el aire en la cara.

Me paré en el último semáforo que tengo que cruzar antes de llegar a la gasolinera de mi barrio a la que suelo ir y como suele pasar, se puso en verde.

Juro que no pasaron dos milésimas de segundo cuando el coche de detrás me pitó. Esto no es algo extraño, porque hay mucho energúmeno por el mundo, no me la juego si digo que frecuentemente pertenecen al mundo del transporte privado (taxistas, vaya). Estoy harta de ver gente que parece que lleva la mano pegada al cláxon, y en las noches otoñales fantaseo con la idea de que a esa gente se le clavase un pincho en el ojo cada vez que aprietan el pito. Soy una romántica.

Tal pitido me pegó que casi me mata del susto, y por este motivo, se me levantó el pie del embrague y se me caló el coche. Sé que pequé, lo sé, pero espero que algún día dios me perdone por semejante atentado contra la vida humana.

Intenté enmendar mi error arrancando lo antes posible, y para entonces la contaminación acústica había subido un par de puntos de la cantidad de pitidos que me había metido el conductor del coche posterior al mío. No exagero si digo que toda esta maniobra duró, desde que el semáforo se había puesto en verde, 20 segundos.

Avancé todo lo rápido que pude para ahorrarle a mi amigo un carcinoma pulmonar surgido del estrés que yo misma le estaba provocando, y llegué a la cola de la gasolinera. Había infinitos coches, todos igual de estresados que mi compañero de atrás, así que respiré, me relajé, subí el volumen de mi cd de tiempos soleados, y me abstraje de la situación. Me despreocupé de la cola, porque cada vez que un coche hacía un breve ademán de moverse, el señor del pito me taladraba los oídos y yo arrancaba, por lo que no me hacía falta ni estar pendiente. Él pitaba, yo miraba, y avanzaba.

En un momento dado, una señora que iba en paralelo a mi coche, bajó la ventanilla:

- Llego tarde a trabajar, ¿te importa si paso primero?

- Claro - le dije - no te preocupes, pasa.

- Muchas gracias, de verdad.

Y pasó.

El señor del coche de detrás se asomó por la ventanilla, y comenzó a pitar hasta que llamó mi atención:

- ¿¿¿¡¡¡¡QUÉEEEEE PASAAAAAA!!!??? ¿¿QUE VAS A DEJAR QUE PASE TODO EL MUNDO??

Yo me giré y contesté:

- Pues depende.

Y seguí a mi rollo.

El hombre sacó medio cuerpo del coche y volvió a insistir:

- ¡¡¿¿Y VAMOS A ESTAR AQUÍ TODA LA VIDA PORQUE LA SEÑORITA DEJA QUE SE CUELE TODO EL MUNDO??!!

Yo me giré y le dije:

- Toda la vida no sé, pero un ratito igual si estamos, sobre todo si me sigue voceando.

Y el hombre terminó de sacar el cuerpo y vociferó esa frase cultivada, inteligente, breve, ágil y encantadora que dicen los energúmenos cuando no saben qué decir:

- ¡¡¡¡¡MUJER TENÍAS QUE SER!!!!! ¡¡¡SI ES QUE SOIS TODAS IGUALES!!!

Pensará el lector o la lectora que me conozca que en ese momento salí del coche y me lié a voces.

Pues no.

No porque a veces me sorprendo a mí misma y encuentro la paz interior en las gasolineras, o en los centros comerciales o en el dentista, y me relajo una barbaridad. Ese fue uno de esos momentos en los que me templé y me hundí en el sillón del coche a la espera de que llegase mi turno. Mentiría si dijese que no me estaban entrando ganas de cambiar mi cd para tiempos soleados por mi cd para situaciones tensas, porque la cosa ya estaba siendo bastante tensa y, pese a mi paz interior, tenía cierto estado de estrés traumático encima.

Quiso el azar que el vociferador y yo encontrásemos surtidor a la vez, por lo que ambos nos acercamos a pagar al mismo tiempo. El señor me lanzaba miradas asesinas pero no decía nada, porque suele pasar que este tipo de gente en las distancias cortas se acojona y pierde fuelle, así que llegamos a la caja a pagar y le cedí el paso en un intento de no tener su aliento en mi cuello y perderle de vista lo antes posible.

Ese día vendían flores en la gasolinera. De vez en cuando, ofertan algunos productos de los que hay excedente o que están en stock y no se han vendido: almendras, aceite, ambientadores, toallitas, caramelos y un sinfín de productos de todas las índoles y pelajes.

Aquella mañana, preciosos ramos de rosas cubrían el mostrador en el que l@s clientes intentábamos apoyarnos para firmar el ticket de la gasolina.

La chica que despachaba informó al señor vociferador:

- Hoy tenemos en oferta el ramo de rosas rojas, un detalle elegante, romántico, bonito para su mujer.

El hombre de Cromagnon, con su voz de ultratumba y sin mirarla a la cara, contestó:

- Anda, dame uno. Algo haremos con él.

Y la señorita cajera, suspirando, le dijo:

- Ay, la verdad es que es usted todo un caballero. Ya no quedan hombres así.

El "todouncaballero" cogió su ramo de rosas rojas, pagó, y se marchó sin contestar siquiera.

Yo pagué mi gasolina correspondiente y fui al surtidor, para contemplar mientras echaba gasolina como el caballero ejemplar volvía a pitar hasta lo indecible a un chaval joven que intentaba desesperadamente salir de la gasolinera, utilizando para ello unos segundos seguramente vitales para el energúmeno en cuestión.

Aquel día decidí que no quiero cerca de mi radio vital a ningún caballero, por favor.

Menos mal que, por suerte para mí, ya (casi) no quedan hombres como él...