"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




martes, 26 de abril de 2011

El mar

Lo mío con el mar es una relación de amor profundo que viene desde el principio de los tiempos, cuando un 24 de agosto vine al mundo y estropeé las vacaciones veraniegas de mi familia. Yo creo que mi madre pensó mucho en el mar durante la recta final del embarazo y de ahí viene mi pasión por el agua salada, por el sol reflejado en la superficie, por el sonido de las olas al romper contra la orilla, por la línea de fondo que lo une con el cielo y que te hace comprender el vértigo que sentían nuestros antepasados, que creían que el mundo terminaba en el horizonte.

Soy una adoradora profunda del mar tanto como detractora de la playa, o al menos la playa como se concibe en las costas mediterráneas españolas, en las que hay aproximadamente un millón y medio de personas por centímetro cuadrado que hablan a voces, se pelean por el espacio para poner la sombrilla, con niños y niñas que juegan desaforados a hacer agujeros en la arena (alguna vez se va a colar un niño por un agujero y va a aparecer en Australia, porque cavan tan profundo que como metas un pie lo has perdido para siempre) y abuelos y abuelas paseando en fila por la orilla.

Contemos además con que no me gusta tomar el sol, es así. Me aburre tumbarme en la toalla y que me pique la piel, me abraso los ojos y nos lo puedo abrir y encima me da grimilla esa sensación de pringue que te deja la crema, que como venga un viento a soplarte y te caiga un grano de arena ya no te lo quitas hasta un par de meses después, cuando estás en el curro, de repente cae arena de no se sabe dónde en la mesa y tú entras en un bucle doloroso de recuerdo del tiempo vacacional.

En el mar, sin embargo, podría estar horas. Yo llego, me despeloto, me meto en el agua y a vivir. A veces nado, a veces floto, me estoy quieta, juego a saltar las olas, me muevo y cuando me canso (porque el mar agota) me salgo, me seco y vuelta a empezar. En el momento en que creo que tengo una necesidad física imperiosa (véase hambre, sueño) me visto y me voy a satisfacerla, pero si no es por eso, prefiero seguir en el mar.

Me gusta verlo desde la orilla, mojándome los pies, mirándolo como las madres miran a sus hijos, con la sensación de que si pudiera, retendría cada segundo para siempre, y como no puedo hacerlo intento grabarlo en mí para retomarlo más tarde, cuando el tiempo ha pasado y esos momentos son sólo un recuerdo que te devuelve la sonrisa por unos instantes.

Dice Ajo en sus Micropoemas que "Después de un viaje una nunca es la misma, por mucho que tu maleta lo intente". Yo le añadiría "Después de un viaje hacia el mar, una nunca es la misma (...)", porque además del amor que siento hacia él, cuando lo veo no puedo evitar pensar, reflexionar, valorar, y muchas veces las decisiones tomadas a la orilla del mar son quizá demasiado profundas, movidas por un cúmulo de sensaciones difíciles de explicar que hacen que las emociones se balanceen con las olas y no terminen de posarse en la orilla.

Vengo de la costa, vengo de mecerme, vengo de balancearme, vengo de estar.

Vengo de estar contigo.

Vengo de estar conmigo.

Vengo de estar con el mar.


viernes, 15 de abril de 2011

El Parque

Hoy es un día especial, un día maravilloso, un día formidable. Hoy empiezan mis vacaciones de Semana Santa.

Odio los estereotipos que se asocian a l@s maestr@s: que si tenemos un horario maravilloso, que si nos pasamos el día pintando y coloreando, que si tenemos las mejores vacaciones. Los odio porque no son ciertos: tenemos un horario de 8 horas diarias, como el resto de las personas (de hecho mucha gente tiene un horario mucho mejor que el nuestro), madrugamos como todo el mundo y no podemos salir nunca jamás antes de la hora. En cuanto a lo de pintar y colorear ni siquiera hay espacio en mil posts para explicar todo lo que hacemos con los niños y niñas.

Lo de las vacaciones, sin embargo, tengo que admitirlo. En verano cada vez tenemos menos, de hecho yo nunca he tenido más de un mes (porque como el sueldo es tan triste suelo currar en campamentos y escuelas de verano), pero durante el año tenemos más días que el resto de la gente y esto es una maravilla. En Semana Santa tengo ni más ni menos que 11 días de los que pienso aprovechar cada uno de los minutos.

Hoy era como decía el primer día de vacaciones, y por eso le propuse a R. que nos fuésemos al campo a tomar el sol y a pasear, pero dado que anoche estábamos al borde de la muerte por agotamiento, hemos decidido posponer el viaje y dar el paseo y tomar el sol por su urbanización, a las afueras de Madrid.

A la Caravana Paseante se ha unido parte de su familia, porque hacía un día como para salir, y entre ellas venía su sobrina, una niña de un año más o menos que es tan espectacularmete bonita que la paran por la calle. Es la clásica niña de anuncio pero con una sonrisa y una simpatía que la verdad, enamoran. Íbamos paseando y la niña iba gorjeando (verbo que adoro) en el carrito.

En un momento dado del camino nos hemos encontrado un parque infantil, esas zonas que el Ayuntamiento habilita para que las criaturas se desfoguen en columpios altamente peligrosos mientras sus madres, padres y/o niñeras charlan por los codos sentados en un banco. El parque era una explanada a pleno sol sin un triste banco y sin un triste árbol, y hacía tanto calor que si la niña hubiera sufrido de repente una combustión espontánea, no me hubiera extrañado en absoluto. Cosas más raras se han visto.

No sé quién diseña los parques infantiles, pero es alguien que claramente se abstiene de visitarlos. Es una pena, porque mi infancia ha transcurrido casi íntegramente en un parque y gracias a ello soy la persona que soy hoy en día.

Al lado de mi casa estaba El Parque. Lo llamábamos así porque en muchos kilómetros a la redonda no había otro, así que no había manera de confundirlo.

El Parque tenía dos estrellas del firmamento en sus filas: El Castillo y El Tobogán.

El Castillo era un artilugio de madera gigante con forma de todo menos de castillo, pero como tenía una especie de caseta en un torreón, no se nos ocurrió que hubiese una construcción más parecida que la almena de un castillo, y de ahí su nombre.
El Castillo ofrecía espacios para disfrutar de cualquier etapa de la infancia y la adolescencia. Por un lado, tenía un puente colgante desde el que al menos un niño o niña de cada edificio de la zona se ha precipitado alguna vez por asomarse demasiado. Lejos de darnos miedo, nos parecía cada vez más emocionante cruzarlo, y quien sobrevivía a la caída era tenido por héroe de guerra sin discusión. Era el lugar perfecto para los primeros años de infancia.

Después tenía unas escaleras infernales por lo empinadas que eran y que comunicaban con todas las zonas del Castillo. Era un reto recorrerlo entero pasando por las escaleras y sin tocar el suelo, que en nuestros juegos solía ser un mar embravecido lleno de tiburones. Se preguntará el lector o lectora avispado que cómo podíamos jugar a vivir en un castillo en medio del mar. Lo mismo se preguntaban en Peñíscola y ahí les tienes.

Finalmente tenía la famosa caseta del torreón, que por estar alta y techada nos protegía de las miradas indiscretas. Este espacio era perfecto para ese primer cigarro de la adolescencia, las tomas de contacto con el sexo opuesto y las conversaciones que no debían de oír los adultos.

Como colofón final había un tobogán enorme que daba miedo y hacía desconfiar de la supervivencia a pequeños y mayores por igual. Las barandillas de madera no eran el mejor espacio para agarrarse durante la bajada si no querías morir como Jesucristo, con tus manos atravesadas por un clavo y decoradas con astillas infernales. Si te lanzabas no había vuelta atrás, era vivir o morir. La bajada final estaba perfectamente acondicionada con piedras enormes para que, al bajar, te destrozases el culo contra ellas. Eso te hacía una persona con mayor tolerancia al dolor pero también con más moratones. Es por ello que no era la opción más acertada para tirarse, y de ahí que prefiriésemos El Tobogán.

El Tobogán era un tobogán rojo, normal y corriente, pero con un diseño aerodinámico y una perfección estructural tales que jamás nadie tuvo miedo de tirarse por él. Podías tirarte de culo, de boca, de lado, de dos en dos, en fila india, de pie e incluso con los ojos vendados, que la caída era siempre perfecta. Cogías cierta velocidad por el camino pero frenabas suavemente por la misma incercia casi al llegar al final, para terminar de caer como cae una pluma mecida por el viento. Me he pasado horas y horas tirándome una y otra vez por El Tobogán sin cansarme jamás, supongo que tenía el mismo efecto que las pipas, que nunca sabes cuando has tenido suficiente, siempre hay cabida para una más.

También había otros columpios aceptables, el balancín y las ruedas, pero eran columpios perecederos, porque su uso se restringía cuando crecías un poco y se te ensanchaba el culo. Sin embargo, éramos muy felices en El Parque, y cuando dejaron de interesarnos los columpios, seguimos visitándolo frecuentemente para charlar, pasear al perro (yo nunca he tenido perro, pero he paseado a los de mis colegas como si fuesen los míos) o simplemente para pasar un rato allí.

Por eso me apenan tanto los actuales parques infantiles, que no tienen bancos ni sombras (o tienen pocos), ni Castillo, ni Tobogán, pero sin embargo tienen una verja o valla que los delimita y que no permite que los niños y niñas corran libremente ni que sus madres o padres puedan jugar con ellos.

Voy a escribir una reclamación al Ayuntamiento para que cuiden y mejoren las zonas infantiles, aunque lo malo es que con los políticos pasa como con el tobogán del Castillo: que dan miedo y hacen desconfiar por igual a niños y mayores.


lunes, 11 de abril de 2011

Micropoesía

Hace cosa de dos o tres años, descubrí la micropoesía. Mucha gente opina que la micropoesía es absurda, que es fácil, que no tiene sentido. La gente opina tantas cosas...

A mí me parece maravillosa. De por sí adoro la poesía en todas sus variantes, y como yo soy de esas personas que valoran la calidad por encima de la cantidad, me parece tan genial un poema de 25 versos como uno de 2. Si me emociona, me emociona.

Micropoesía es, a mi jucio, esa frase, esa palabra, esa expresión que te encuentras por el camino, al doblar la esquina, al leer el periódico, mientras viajas en el metro, mientras escribes distraída en la cola del autobús, mientras coges el sueño al meterte en la cama.

Micropoesía es esa reflexión, esa ironía, el comentario mordaz, ese pensamiento tierno que aparece en todas las cabezas pero que sólo sale por algunas bocas (y en gente privilegiada sale hasta por la mano en forma de libro o microlibro).

Micropoesía, por ser un arte, es todo. Os dejo mis favoritas (la mayoría, por no decir casi todas, son de la maravillosa Ajo Micropoetisa), aquellas que me han provocado una sonrisa, que me han hecho pensar o que vienen a mi cabeza en algunos momentos del día. Os invito a que, aunque sea de forma anónima, generéis micropoemas en esta entrada o en cualquier otra (dejando un comentario) y a que compartáis todo lo que queráis con esta lectora ansiosa de conocer cosas nuevas.

Que las disfrutéis, y como diría Bécquer, "Micropoesía eres tú".


 
- ¿A dónde irá a parar el tiempo que perdemos? 

- El día que dejemos de enamorarnos como perras, 
nos aburriremos como ostras.

- Te regalan miedo para venderte seguridad. ¡Qué buen negocio!

- Dedicamos media vida a buscar
lo que aún no hemos perdido.

- Después de un viaje ya nunca se es la misma,
por mucho que tu maleta lo intente.

- Me regalaste un corazón de cristal 
y ahora se me transparenta lo que siento.

- En algún lugar debe de haber un basural
donde se amontonen todas las explicaciones.

- En España pagamos el ADSL a precio de LSD.

- No hay mejor futuro que el presente.

- Las casualidades sirven para recordarte que estás donde tienes que estar, 
ni un milímetro más allá.

- No hay campo de margaritas que resuelva mis dudas.

- La luna vuelve a estar llena esta noche... ¿pero de qué?

- ¡Ups! Se me ha subido el vino al corazón...

- Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza, 
no puede ser trigo limpio.

- Para vivir muerto de miedo, 
hace falta muchísimo valor.

- Odio que se me cumplan los deseos 
cuando ya no hacía falta.

- Siempre siempre siempre siempre siempre
siempre siempre siempre siempre siempre
y aún así me parece poco.


- Bastante tiene una
con lo que no tiene
.

- Desordenando la felicidad
me encontré con la vida.


- ¿Y si corazón no fuera más que
el aumentativo de la palabra coraza...?


- También, en general, detecto
mucho miedo y poco peligro.
No hay peligro suficiente
para tanto miedo como tenemos.


- Perdona por pedirte peras,
no sabía que eras un olmo.


- No contento con existir
tuviste que venir
a existir a mi lado
a un milímetro escaso.


 - Microlección de anatomía de Paula H.*
Yo dije: “¡¡cojones!!”
y ella: “no pronuncies palabras
que no tienes en el cuerpo”.


* Paula Hoogenboom a los 10 años.



- Estoy superada
pero con h intercalada.


- Reclamación
Devuélveme lo que te he querido.
No he quedado satisfecha.



- Epitafio
Otra cosa que tengo hecha
.





















miércoles, 6 de abril de 2011

Ay, dios mío: me han invitado a una boda de alta alcurnia

Desde hoy soy una persona nueva, en una nueva dinámica de vida que toca nuevas esferas sociales: resulta que mi compañera de trabajo se casa.

A priori podría parecer que no tiene nada que ver una cosa con la otra, incluso alguno se preguntará que qué tendrán que ver la velocidad y el tocino, pero permítanme que me explique. Comenzaré, como decía Manolito Gafotas, por el principio de los tiempos.

La gente se casa, y no tengo nada en contra, de hecho me gusta ser invitada porque, al contrario que a la gente normal y corriente, a mí me apasionan las bodas. La ceremonia en sí no me gusta mucho: si es religiosa, por motivos intrínsecos a la propia ceremonia, y si es civil, porque duran tan poco tiempo que como te descuides y te tropieces te pierdes el "sí quiero" y se termina la boda en un periquete.

La celebración, sin embargo, es harina de otro costal. Adoro esas comidas monstruosas en las que acabas mezclando vino tinto, blanco, rosado, cerveza, carne, pescado, sorbetedeentremediasdelacarneyelpescado, postre, bombones, tarta y otros manjares, y para cuando has terminado de tragarte todo eso aparece el gran invento de las bodas modernas que es la "recena", y que consta de sandwiches y canapés que se sacan durante el baile y que tienen como objetivo que el alcohol no te pueda (o no del todo).

Me encantan también los protocolos de las bodas: abren el baile los novios, normalmente con el clásico vals, que ninguno de los dos baila muy bien porque entre los nervios, el calor, el vestido de ella, los pies del número 45 de él y otros avatares, es imposible llevar correctamente el "1,2,3, 1,2,3, 1,2,3".
Luego, en un momento pactado mediante miradas varias, salen la madrina y el padrino, arrancan a los cónyuges de los brazos del contrario y continúan el baile: normalmente terminan el vals y luego empalman con el primer pasodoble de la noche.

Finalmente, el padrino y la madrina sueltan al novio o a la novia, depende de quien se trate, y hacen de tripas corazón para cogerse de los brazos y marcarse un baile entre ellos, haciendo las delicias de las clásicas parejas cincuentonas que van a Bailes de Salón y que se arrancan y salen a la pista para bailarse primero ese pasodoble, y luego todo lo habido y por haber. En el momento en que esto ocurre, se da por abierto el baile para l@s invitad@s y finalizado para l@s novi@s, porque el novio y la novia tienen entonces que pasearse por todas las mesas donde la gente mayor y/o aburrida bebe a sorbitos el décimo licorcito de hierbas y espera pacientemente para hacerse fotos con ellos.

Total, que en una boda disfruta todo el mundo menos l@s que se casan, que comen poco, se hacen muchas fotos y van de un lado al otro recogiendo sobres y posando con las tías del pueblo. Yo, sin embargo, disfruto por el novio, por la novia y por el cura si hace falta: ceno como una reina, bebo como una reina y bailo como toda la corte celestial, porque como no suelo llevar tacones (si los llevo me los quito en el primer minuto de la fiesta) no desperdicio canción alguna.

Con todo esto, resulta que mi compañera R., que tiene mi edad, se casa en verano. Lo de que se case tan joven (porque somos jóvenes para casarnos, que lo dice mi madre) es algo que me tiene desconcertada, porque oye, llámame clásica, pero para mí casarse a tan temprana edad es algo innecesario a todas luces con lo bien que se vive en pareja y en la soltería, pero en gustos no hay nada escrito. Lo de que se case en pleno verano ya es otro tema porque a ver, una tiene que interrumpir sus vacaciones para asistir al evento, pero teniendo en cuenta que como he dicho antes me apasionan las bodas, yo me plantifico allí como manda la tradición.

Ayer me dio la invitación en el cole. Me dijo que pensaba mandármela por correo, pero que bueno, que nos vemos todos los días y que mejor dármela en mano. Qué queréis que os diga, me hubiera hecho más ilusión recibirla por correo certificado para que se hubieran muerto de intriga mis vecin@s (como siempre que llega una carta certificada o un paquete, que siembra la tensión en el rellano), pero igualmente la cogí llena de orgullo y satisfacción para disponerme a leerla.

Mi nombre escrito a mano fue lo primero que ví. No escrito a mano de cualquier manera, ojo, que habían contratado a un caligrafista para que, con una pluma de oca (y además imagino que no de cualquier oca, sino de una oca de alta alcurnia con un estilo y una elegancia propios), se escribió a mano todos los nombres, apellidos y direcciones de los más de 200 invitados e invitadas que vamos a acudir. La gente fina y elegante no se deja la manicura francesa escribiendo invitaciones, sino que contrata a otra persona para que lo haga ella. Tela.

En la parte trasera del sobre, en la lengüeta, un sello impreso. Al acercarme un poco al sobre descubro que el emblema representa a una casa familiar, entiendo que de la de ella, que es la que me ha invitado. Me quedo impactada, me siento un poco como en las películas cuando encuentran un documento antiguo y están a punto de abrirlo y desentrañar un gran misterio de alguna civilización bastante antigua.

El misterio se desvela cuando saco la invitación: en papel satinado, de color beige, densidad de 1,7 gramos (desde que mando documentos oficiales entiendo mucho de estas gilipolleces protocolarias), letras en color vino (de imprenta, eso sí, que al caligrafista le provocó un esguince de 2º grado lo de escribirse todos los nombres, con sus apellidos compuestos de alta alcurnia) y un texto en la parte izquierda que reza así:

"Los Excelentísimos Señores de Tal, duques de Nosequé, tienen el placer de participar en el matrimonio de su hija Fulanita de Tal, y les invitan a la ceremonia religiosa que bla bla bla..."

En la parte derecha, el siguiente texto:

"Los Excelentísimos Señores de Pascual, duques de Nosecuantitos, tienen el placer de participar en el matrimonio de su hijo, el Ilustrísimo Sr. D Menganito de Pascual, conde de Piedralillos de Abajo, y les invitan a la ceremonia religiosa que bla bla bla..."


Leerlo y quedarme muerta fue todo uno. ¡¡Que voy a una boda con más personalidades que los Premios Príncipe de Asturias!!

Resulta que la familia de ella está llena de condes, y la de él de duques, condes, condesas y un poco de todo, vamos, que jugando al "Quién es Quién" de los títulos nobiliarios lo iban a tener un poco complicado, porque allí no hay persona plebeya alguna. Entenderéis que me temblasen un poco las piernas de la emoción y que acto seguido mi cabeza se llenase de dudas, miedos y misterios varios.

Mi duda principal es: ¿qué se pone una para una boda de semejante nivel (Maribel)? ¿tocado? ¿guantes altos?
Otra duda que se me plantea: ¿podré ir en mi Picanto o contrato una limusina sencilla que me lleve hasta la ceremonia? Hay que tener en cuenta que yo nunca me he codeado con la alta alcurnia, y que el único conde con el que he tenido contacto directo en mi vida ha sido el Conde Lucanor, creo recordar que en 3º de la ESO y en forma de pregunta de examen de Lengua.

Y otra cosa: en estas bodas tan finas, ¿quién abre el baile? ¿por orden de título nobiliario? ¿qué sale de un conde y una duquesa? ¿Eugenia Martínez de Irujo?

Ay dios mío, presiento que mi vida va a dar un giro, lo malo es que no sé hacia donde. Esto puede marcar un antes y un después en mi existencia.

Se aceptan sugerencias para cuando llegue el día, por ahora intento desentrañar cómo cojones rellenar la tarjetita que tengo que enviar para confirmar mi asistencia: no sé que poner en el hueco que han dejado para que indique cuál es mi título nobiliario...

domingo, 3 de abril de 2011

La sonrisa

Cuando empecé a currar en Entrevías, iba hasta allí en transporte público. En realidad está a 5 minutos en coche desde mi casa, pero por las maravillosas decisiones de los Ayuntamientos de aislar comunicativamente a los barrios que no quedan monos ni bonitos en las fotos, (ni en las encuestas, ni en la ciudad) tardaba en llegar hasta el trabajo casi una hora.

Me saqué el carnet de conducir a los 18 años, pero por aquel entonces no tenía pasta de ningún tipo, así que tardé unos años en tener un coche y el día en que empecé a ir a trabajar motorizada casi se me saltan las lágrimas de la emoción. Hubiera ocurrido eso si no hubiera pillado el primer atasco de mi vida nada más salir de casa, y si no hubiera descubierto entonces que la conducción en Madrid requiere armarse de paciencia, destreza y buena música para soportar estóicamente los embotellamientos kilométricos que fácilmente podrían llegar hasta La Manga.

En mi camino para ir a trabajar en coche, sólo tenía que coger un tramo miniaturesco de la carretera de Valencia, desviarme en la tercera salida y tirar recto hasta el colegio. Como he dicho antes, eran 5 minutos de coche si la cosa se daba bien, y unos cuantos más si ese día había afluencia de personal en la carretera.

Al coger la salida correspondiente de la carretera de Valencia, un@ va a parar a un cruce con un semáforo en el que no hay muchos choques porque debe de controlar el tráfico San Pedro en persona, y es que allí no hay ley alguna ni criterio responsable, una vez que el semáforo se pone en verde empiezan a arrancar coches desde todas las direcciones, que confluyen en un único carril ascendente. Confieso que yo entrecierro los ojos y tiro para delante, porque si lo piensas mucho no arrancas y el resto de conductor@s tardan aproximadamente un nanosegundo en fundirte a pitidos y condenarte al ostracismo más absoluto.

Por estos motivos, por la tensión y el estrés al que llegamos a ese cruce y esperamos pacientemente a que el semáforo se abra para iniciar la locura, la gente suele responder con (muy) malos modales a todos los hombres y mujeres que se apostan allí aprovechando el parón de los coches para mendigar a cambio de favores diversos (limpiar cristales, verder cleenex, hacer malabares o extender la mano con cara de pena, de todo hay). He visto a mucha gente bajar la ventanilla y maldecir en arameo porque el chaval de turno seguía limpiando la luna de sus coches aunque el conductor/a hubiese manifestado abiertamente las pocas ganas que tenía de ello mediante pitidos, activación de los limpiaparabrisas y amenazas de arrancar y llevarse al chaval por delante.

Hace como dos años, apareció un nuevo elemento en el cruce: un hombre de unos 50 años, español, bajito y con ojos tristes. Iba con un traje de chaqueta viejo pero limpio y una bolsa de plástico en la mano; el primer día tuvo que desistir antes de empezar, porque casi se lo comen entre los habituales del cruce. Normal, cuesta mucho hacerse un hueco en cualquier parte, cuanto menos para ganarse las habichuelas diarias.

A la semana, ya había negociado su "día del cruce". Esto quiere decir que cada día hay una persona o grupo de personas que piden en el cruce, y a él se le empezó a ver los miércoles. El hombre se paseaba tímidamente entre las filas de coches con la sonrisa en la boca y su bolsa de plástico llena ed cleenex unas veces, de mecheros otras, vacía en contadas ocasiones.

Se notaba que no estaba acostumbrado a pedir. Abordaba cada coche con mucha timidez, casi sin levantar los ojos. En menos de 3 segundos, ofrecía su mercancía y si la respuesta era negativa, levantaba la mano en señal de "disculpe por las molestias" y continuaba caminando. Siempre sonriendo, siempre tímido, con la tranquilidad aparente de quien sabe que le esperan muchas horas en ese cruce y se lo toma con calma.

La primera vez que abordó mi coche, me pilló por sorpresa. Me cautivó su mirada dulce y su sonrisa sincera, pero no llevaba dinero de ningún tipo y no podía darle nada. De repente le vi recoger una colilla del suelo y le ofrecí un cigarro.

El hombre me hizo un gesto como de "tranquila, no te molestes", pero yo bajé la ventanilla y se lo alcancé. Lo cogió, me sonrió y murmuró un suave "gracias" al tiempo que alzaba la mano en lo que era su señal habitual. Yo le devolví la sonrisa, el semáforo se abrió, y me lancé como cada día a la vorágine del cruce.

Los días se sucedían y todos los miércoles yo bajaba mi ventanilla y sacaba un cigarro que el hombre cogía para devolverme después una sonrisa tan tierna que se pasaba a mi cara y duraba hasta que llegaba al colegio. Poco a poco, con el paso de las semanas, empecé a verle cada vez más a menudo, los lunes, los viernes, los martes y después todos los días de la semana. Cada tarde, después de comer, bajaba la ventanilla y sacaba algo suelto unas veces, un cigarro otras y un sinfín de cosas que encontraba y que le cambiaba por la eterna sonrisa.

Una de las tardes que me dirigía a trabajar, me dio por mirar a los coches de alrededor y descubrí algo que me dejó impactada: como si de una ola invisible se tratara, toda aquella gente que tiempo atrás se peleaba hasta llegar casi a las manos con los limpiacristales y mendigos, llegaba al cruce y poco a poco iba esbozando una gran sonrisa mientras le levantaba la mano a algo o a alguien en señal de saludo. Entonces aparecía él, sonriente, levantando su mano y ofreciendo su mercancía. Cuanto más se despedazaba su viejo traje de chaqueta (que fue sustituido por un jersey, unos pantalones y un chaleco reflectante recientemente añadido) como señal de los largos días en el semáforo, más sonrisas se veían cada día en la llegada del cruce.

La cosa era tan espectacular que la comentábamos en el trabajo, en el bar de la esquina, en la clase. Algo tenía aquel hombre, un toque especial, una sonrisa sincera que nos hacía olvidar por un segundo la mecánica vida de la ciudad para destensar los músculos de la cara y devolver el gesto. Con el tiempo le he cogido tanto cariño que, ahora que ya no trabajo por allí, hay veces que me desvío en esa salida y tomo otro camino sólo por acceder al cruce y saludarle, y egoístamente recoger un poco de la ternura que él regala cada día.

Hace tiempo salió en la televisión, no me extrañaría que hubiese conquistado a algún/a periodista que pasase por allí. Hicieron un reportaje hablando de su vida y de su día a día en la mendicidad y por lo visto, en vez de darle dinero, le van a arreglar la boca gratis a cambio, con todos sus dientes colocaditos y sanos. No me parece mal, si eso es lo que él quiere.

Al fin y al cabo, pocas veces se consiguió tanto con una simple sonrisa...