"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




miércoles, 31 de agosto de 2011

De vuelta


De vuelta de todo.


De vuelta de nada.


De vuelta, y vuelta.


Tan joven y de vuelta...


Ésto lo decía Jarabe de Palo, ese grupo de tan diverso registro musical que cada año nos sorprendía con nuevas e impactantes melodías hasta que nuestros oídos no pudieron superar tanta innovación y decidieron condenarle a lo más bajo de la lista de los 40 Principales.

La cuestión es que estoy de vuelta de mis vacaciones, unas vacaciones de 6 semanas en las que ha habido de todo: campo, playa, ciudad, amigos, amigas, familia, recuerdos, fotos, helados, comidas, sobremesas de copa y puro, baños vespertinos, canciones, viajes y tantas y tantas cosas como cada verano.

Lo que lo ha hecho diferente ha sido, como dicen las abuelas, la salud. Ya lo dicen ellas cuando no nos toca la lotería: lo importante es tener salud. ¿Y quién les da la razón? Pues se la damos todos y todas, pero en nuestro interior pensamos que eso es incierto, y que más nos valdría que nos tocara la lotería y la salud ya si eso que venga detràs.


Una infección que llevaba tiempo acechándome me ha cogido por banda durante las vacaciones y me ha tenido 4 se las 6 semanas estivales con fiebre, dolores y otros menesteres poco agradables. Dirás, diréis, que vaya mierda de vacaciones. Que qué mala suerte. Que qué horror.
Pues no, señores y señoritas, como leí hace tiempo no sé dónde, si sucede, conviene. El haber estado un mes más p´allá que p´acá, me ha permitido tumbarme a la bartola durante gran parte del día, leer, escuchar música, observar, ver pelis, pintar, escribir, y otras tantas cosas que sólo haces cuando no te puedes mover.
Se supone que el verano es para hacer cosas, parar salir, para entrar, para moverse, pero pocas veces nos tiramos en el suelo a estar, simplemente.

Estar enferma, y por tanto obligada muchas veces a guardar cama (expresión sesentera que adoro) me ha permitido cargar las pilas cosa mala. Vengo descansada como pocas veces.


Mañana empieza el cole. Ay madre...




miércoles, 24 de agosto de 2011

Mi día

Tal día como hoy, hace 24 años, una mujer paseaba como loca por el parque del Retiro desafiando al calor estival. Hacía más de 20 días que había salido de cuentas y su primogénita no daba señales de querer salir al mundo.

Al caer la tarde, rehizo una vez más la bolsa que ya tenía prepara desde hacía semanas y se encaminó al hospital. No era normal que llevase casi 10 meses de gestación, ni siquiera para una primeriza. Su marido la acompañaba, y no habían llamado a nadie más para no repetir la escena que habían vivido ya varias veces, en la que después de marchar corriendo al hospital, la familia entera se volvía a casa sin haberle visto la cara a la niña.

-Aún me quedan dos horas para salir, así que prepárate que te lo vamos a provocar-dijo el médico.

Hora y media después, cos casi 4 kilos de peso y midiendo 59 centímetros, vino al mundo una niña que, nada más dejarla en la cuna de metacrilato de la habitación, se apoyó en sus bracitos y observó el mundo en el que le había tocado vivir.

Hoy se cumplen 24 años de aquel día.

Hoy es mi cumple.

viernes, 5 de agosto de 2011

El día en que por culpa de Apple me confundieron con una toxicómana

Yo no sé si os pasa que hay días en los que podrías haberte quedado en la cama, como una pelusa, durante las 24 horas de la jornada, y no habría pasado absolutamente nada. Sin embargo te has levantado de la cama, has decidido voluntariamente aceptar cualquier cosa que el destino tenga a bien ponerte en el camino y te das cuenta de que ha debido ser Murphy (el de La ley de Murphy, no el actor de Dr. Dolittle) el que ha diseñado ese plan maquiavélico y enrevesado que hace que tu día se tuerza hasta por las costuras. Lo que es un día de mierda, vaya.

Todo comenzó por culpa de Apple. Pese a que tres cuartas partes de este universo (y seguro que de otros paralelos) haya sucumbido al Iphone, Ipod, Ipad, Mac y otras mil chuminadas, yo me quiero negar, como postmoderna que soy, a entrar en esa espiral de sobrecomunicación que hace que, cuando quedo con mis colegas, tenga que pedir permiso al Whatsapp (¿se escribe así?) de los cojones para hablar con ell@s. Me pone negra.

Sin embargo, hace cosa de un mes, mis padres, sin explicación aparente, me regalaron un Ipad 2, ajenos sin duda a mi proposición de escapar de la endiablada conjura ideada por mentes malignas, forjadas seguramente a manos de Ramón Areces o Amancio Ortega, que son dos personas que han hecho muchísimo daño a la cultura española, de natural llana y horterilla, como a mí me gusta.
Por culpa de gente como ellos, España salió del jamoncito en plato de postre y la caña en vaso bajo y entró en la era de las ostras inmersas en hielo a modo de aperitivo y el vaso de tubo, dos inventos que nos hacen, a todas luces, situarnos a la cola de Europa, porque tú me contarás que hace el español medio con eso, sabiendo que le dan asco las ostras por su inexplicable textura (se tragan como gelocatiles, con un poco de agua y encogiendo la lengua) y con esa caña mal tirada en un vaso de tubo, recipiente del que aprovecho para señalar que soy una gran detractora, porque no hay bebida que sepa bien en esos vasos. Las copas saben aguadas, las cañas saben flojas, los zumos saben demasiado espesos y en general, hasta el agua tiene regusto a grifo. Si la caña tiene su vaso de cuarto, el vino su copa de aperitivo, la sidra su vaso fino, el agua su vaso bajo y grueso (que vale para el zumo) y el cubata su copa de balón, no se entiende la función del tubo, pero no entraré más a este debate que me enciendo. Yo a lo que iba.

Mis padres me regalaron un Ipad 2 y frustraron gratuitamente mis expectativas de mantenerme al margen de la cultura tecnológica, pero sabiendo que yo no le doy la espalda al destino, asumí esa prueba que ponía en mi camino y acepté el regalo.

Desde entonces, me siento imbécil. No consigo hacerme con el cacharro y mi hermana, que a sus 19 años podría heredar Apple con total tranquilidad dados sus conocimientos de la tecnología de la empresa, es mi Lazarillo en estos avatares. Me está enseñando poco a poco a hacerme con el aparatejo, y de ahí que ayer, cuando me dio la clase avanzada de "Hazte tu propia cuenta en AppleStore" por vía telefónica, mi habitación pareciese un gallinero, con todos los papeles, cables y trastos esparcidos por el suelo. Resulta que para hacerte la puñetera cuenta hace falta una tarjeta de crédito y poco menos que una licenciatura, y claro, yo la mía la tengo en la cartera (la tarjeta, la licenciatura está en ello todavía), por un lado para fundirla en cuanto tengo oportunidad y por otro lado para recordarme de cuando en cuando que aún tengo posibilidades de seguir inmersa en la sociedad, siempre que mi banco no decida lo contrario.

Jamás saco la cartera en casa, pero tras horas intentando darme de alta en AppleStore, tuve que sacarla y extraer de su interior decenas de papeles hasta encontrar la documentación. Cuando terminé, exhausta, me metí en la ducha, maldiciendo en voz alta el momento en el que decidí insertarme, contra mi voluntad, en la teconología mundial.

Había quedado con R. y con M. para ir a echar un vistazo a las rebajas y tomar una caña después. Mi tía venía de viaje tras 10 días en la playa y yo iba a ir a recogerla para darle una sorpresa y de paso, ser una buena samaritana y acumular puntos, por si me muero y tengo que rendir cuentas con San Pedro y me sale el balance negativo. Nunca hay que perder la oportunidad de inclinar el balance hacia las buenas acciones, que no está el horno para bollos. Salí de casa, me metí en el coche, y decidí relajar la mente y el cuerpo para dedicarme a menesteres de consumo con total tranquilidad.

Según salí del barrio y cogí la carretera, mi padre llamó a mi teléfono. Nada más descolgar, me dijo:

- Antes de que te de un infarto, te has dejado la cartera aquí. Te lo digo porque como siempre la llevas, no vayas a pensar que te la han robado y montes la de dios.


Fue un detalle, porque la que hubiera montado habría sido de traca. Hablé con R., le pedí que me invitara a la caña, y como buena amiga que es, me prestó pasta con mi firme promesa de devolvérsela al día siguiente.
Estábamos en la terraza cuando me llamó mi madre:

- Oye, que si vas a ir a buscar a la tía, estáte puntual que ella no sabe que vas, a ver si va a salir del autobús escopetada y os cruzáis.


Le prometí a mi madre varias veces que llegaría a tiempo (después de la adolescencia que le di con la impuntualidad, ahora me toca repetirle mil veces que sí, que llego, porque no me cree lo más mínimo), y cogí el coche para cumplir mi promesa. Cuando llegué a la estación faltaban 3 minutos para que llegasen. Viendo que no podía ponerme a buscar sitio en la calle, decidí meter el coche en la estación de autobuses y salir pitando hacia la dársena.

Llegué en el momento exacto en que el bus entraba en la estación. Me coloqué con la mejor de mis sonrisas delante de la puerta, pero el autobús llegó, la gente bajó y mi tía nunca apareció. La esperé, la busqué y no la hallé, como en una canción cualquiera de Nino Bravo. Habían pasado 15 minutos cuando mi madre me volvió a llamar:

- Oye, que la tía está aquí. Que se ha adelantado el bus y ha llegado hace tres cuartos de hora, así que ya está en casa. No la esperes (obviamente) y vete tú para casa también, ya hablamos.

Bajé al parking ampliamente indignada, cuando de repente me dí cuenta de una cosa: sin cartera no había tarjeta, sin tarjeta no había pasta, sin pasta no había con qué pagar el ticket del parking. El pánico se apoderó de mí, y me acerqué al señor operario:

- Perdone, ¿podría prestarme 20 céntimos para pagar? Es que no tengo cartera y neces...

- Lo siento señorita, no presto dinero.

- Ya, me imagino, pero es que he tenido un problema. El caso es que yo ten...

- Insisto, no puedo prestarle nada. Y aquí no puede pedir. Suba a la calle si quiere.


Y se giró con su silla basculable, dirigiendo su mirada hacia un periódico cualquiera. El pánico se volvió a apoderar de mí, así que volví a la dársena con la inocente intención de pedir pasta al personal. Después de dar las vueltas que consideré reglamentarias para fichar familias desvalidas, empecé a sopesar la idea de abordar a algunas, pero tenía que competir con yonquis, tullidos/as y pedigüeños de todas las índoles, y la cosa no estaba fácil. Decidí usar la excusa de robo de cartera, así que me acerqué a un señor de unos 40 y tantos:

- Perdone, pero es que me han robado la cartera y necesito 20 céntimos para el párking, y...

- No tengo nada, lo siento.


Y siguió con su vida como si tal cosa.

Mientras me reponía, abordé a una mujer joven, no llegaba a 40:

- Hola, mire, es que me han rob...

La mujer no me me dio opción. Salió corriendo discretamente mientras se sujetaba el bolso, y eso que llevaba yo mis mejores galas veraniegas (camisetas con agujeros, pantalones cortos vaqueros, chanclas elegantes ibicencas), pero nada, que no coló. Huyó despavorida hacia el segurata de turno diciendo:

- Esa chica está pidiendo, aquí no hay más que yonquis y gentuza, qué vergüenza.

Vergüenza fue lo que pasé yo. Me camuflé detrás de una columna para huir de las miradas que me condenaban al ostracismo y decidí pensar. Un rato después, volví a intentarlo (no se me ocurría nada mejor), y en ausencia del segurata y las miradas indiscretas, un hombre me prestó 20 céntimos, pero claro, para cuando fui a pagar había pasado tanto tiempo que la cuenta ascendía a casi un euro. Desesperada, volví a llamar a mi madre:

- Mamá, que las personas humanas no me quieren dejar dinero y me llaman toxicómana, que digo que podéis venir a buscarme alguien, como mi familia que sois, y prestarme un euro.

- Ahora le digo a tu padre.


Nada menos que media hora después, mi padre apareció por la estación, me llamó, me citó en una de las puertas principales, salió, y cual intercambio entre camellos, me dio una moneda de dos euros y me dijo:

- Ale, te veo en casa.


Bajé corriendo a la estación, sorteando a esas personas malvadas que minutos antes me había rehuído, mirándolas con la  superioridad que me concedía mi moneda de dos euros, y sintiéndome objetivamente subnormal. A los pocos minutos pude pagar y salir del parking con  mi coche, salvando una vez más las miradas que no perdonaban mi supuesta adicción al caballo. Qué mala es la gente.

Al final, como puede comprobarse, la culpa de todo la tiene Apple y su maldito sistema de compraventa. El plan es tan jodidamente perfecto, que me atrevería a decir que Apple son los padres si los míos y los vuestros entendiesen siquiera qué es eso.


La tecnología está haciendo mucho daño.

Y si no, al tiempo.