"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




domingo, 11 de marzo de 2012

El abuelo

Hace poco me decía Raquel, la formadora de un curso, que "lo único seguro en esta vida es que tod@s, en algún momento, vamos a pasar a otro plano". Estoy de acuerdo, si alguna certeza tenemos en esta vida es que antes o después, la muerte va a venir a hacernos una visita. Yo creo que no es el hecho de morirnos en sí lo que nos inquieta, sino dudar de lo que vendrá después. El ser humano necesita certezas a las que agarrarse.

Cuando yo he pensado en la muerte en algún momento de mi vida, siempre se me ha venido a la mente mi abuelo Patricio. Mi abuelo es el padre de mi padre, y a sus 95 años es la persona con más paz que conozco. Mi abuela Isidora, su mujer, falleció hace casi 5 años, y fue la primera de mis cuatro abuelos en marchar. Tod@s creímos que tras más de 70 años juntos mi abuelo duraría pocas semanas más, pero lo cierto es que lo que duró poco fue el luto, que se quitó voluntariamente cuando, pocos meses después, vio nacer a su primera bisnieta, y digo primera porque hasta hoy ha visto nacer a otros 4 más y ha recibido la noticia de un quinto que viene en camino.

Mi abuelo Patricio nació el mismo día que yo pero muchos años antes, quizá por eso es mi padrino. Vivió muchos años en un pueblo perdido en la sierra de Gredos, es una casa maravillosa entre ovejas y jornaleros. Tuvo muchos hermanos, ni siquiera acertaría a decir cuántos, sólo se que uno de ellos mató a otro durante la Guerra civil, durante la que cada uno estuvo en un bando. Las guerras siempre son crueles y rompen familias.

En algún momento de su vida conoció a mi abuela, hija de un terrateniente pudiente del pueblo, y se casó con ella. Juntaron las tierras que uno y otra tenían y se trasladaron a vivir a casa de ella, donde podían guardar cómodamente a los animales y acoger a los jornaleros que en períodos de recolecta pasaban por allí.

En los siguientes años tuvieron cuatro hijos. Los chavales se hicieron mayores, y llegado un momento se instalaron em Madrid en busca de nuevas oportunidades. Años más tarde, mis abuelos se vinieron a vivir también a la capital, aunque cada año regresaban durante varios meses a su aldea natal a reencontrarse con sus raíces.

Mi abuela era una mujer fuerte, temperamental, amable en su rectitud, y a la que la vida fue consumiendo hasta el final de sus días. Murió como decía hace casi cinco años en su pueblo, la parca le pilló en su retiro anual.

Mi abuelo, sin embargo, fue siempre un hombre sonriente, amable, cariñoso. La paz de la que hablaba era asombrosa, siempre sentado en su sofá, sin oír nada, sonriendo a todo el mundo, lanzando besos. Todo el vecindario le conoce, es un gusto verle salir a la calle con su bastón y su sonrisa para pararse cada medio metro a saludar a gente mayor, joven, de toda la vida del barrio, de nueva incorporación, y allá donde se oye su nombre sigue un abrazo. Nunca se quejó de la vida como hace la gente mayor, que ve venir la muerte.

A sus 95 años ha visto morir a sus hermanos, a sus amigos, a su mujer, pero no por ello ha tirado nunca la toalla. "La vida merece la pena, hijitas" se leía en sus ojos. Cada año nos hemos felicitado el cumpleaños de la misma forma: "yo también cumplo, hijita, pero alguno más", y yo sonrío pensando en cuánta serenidad hay en alguien que cumpliendo tantos años sigue disfrutando de ello.

El viernes, mi abuelo pasó a ese otro plano que Raquel hablaba. Murió después de comer, durmiendo la siesta, como todo español quisiera morir, habiendo dado su paseo matinal y habiendo regalado sonrisas a quienes tuvieron la suerte de cruzarse con él.

Ayer le llevamos por última vez a su casa, a su aldea, a sus raíces. Fue maravilloso ver como de repente el pueblo se llenó de gente a la que no conozco, pero que en algún momento de la vida se cruzó en su camino y que ayer quiso estar. Supongo que eso es a lo que todo el mundo aspira, a dejar huella. Volver de nuevo a la tierra en un último atardecer en la sierra de Gredos rodeado de pensamientos bonitos, de recuerdos felices y de sonrisas y lágrimas.

Al final es cierto que todo lo que somos vuelve. Mi abuelo fue amor, y su adiós terrenal no podía ser de otra forma. Estoy segura que en el cielo se ha encontrado con mi abuela, y lo han visto todo juntos, con las manos entrelazadas, como siempre caminaban, y sus sonrisas puestas. Seguro que el cielo tiene hasta sofás orejeros para que puedan merendar tranquilamente.

Sea como sea, confío en tener, algún día, la paz con la que vivió. Así sí que merece la pena volver a vivir. Morir dejando una lección que aprender es más de lo que puede aspirar una humilde maestra.

Gracias, de verdad, y hasta siempre, abuelo Patricio.

3 comentarios:

  1. Yo tuve la suerte de conocerlo, fue un hombre como dices con mucha paz, sereno, entrañable. Le deseo lo mejor en su camino. Un abrazo Patricio.

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  2. Si señor, me ha encantado, las lagrimas han vuelto a correr xmi mejilla, xok orgullosa stoy de poder decir que ese abuelo también ha sido mío. gracias x este gran homenaje. LSR

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