"Pido perdón a los niños por haber dedicado este blog a personas mayores. (...) quiero dedicar este blog a los niños y niñas que estas personas han sido. Todas las personas mayores fueron primero niños (pero pocas lo recuerdan). Corrijo entonces mi dedicatoria."

Adaptación de la dedicatoria del libro "El Principito", de Antoine Saint-Exupéry




lunes, 28 de mayo de 2012

Las finas líneas de expresión

El otro día comentaba un padre en el cole que tenía una conocida que trabajaba con las finas líneas de expresión. Ni más ni menos, ale, así lo dijo, sin ponerse colorado. Éramos varias personas escuchando y a todas se nos quedó la misma cara de gilipollas que cuando echas dinero en una máquina expendedora o en una cabina y ésta, sin previo aviso, se lo traga. En estos casos te sientes totalmente desprotegida y desvalida en el mundo y sólo quieres que la situación pase, que tu moneda de 50 céntimos salga por alguna ranura y que en este caso, alguien rompa el incómodo silencio con cualquier comentario mordaz del tipo "¡vaya primavera nos espera con este invierno sin lluvias que hemos tenido!":

En un arranque de solidaridad ciudadana, el padre nos preguntó:

- ¿Sabéis lo que es eso?

 A mí estas preguntas en un cole tan pijo me dan miedo, porque como dice el refrán, es mejor callarte y parecer tonta que hablar y demostrar que lo eres. Cuando me preguntan cosas como "¿qué cilindrada dirás que tiene ese coche?" o "¿tú dónde sueles ir a esquiar?" o "¿sabes lo que son las finas líneas de expresión?" me hacen tambalearme peligrosamente en la delgada línea que discurre entre dar la impresión de que no tengo ni puñetera idea de lo que me hablan o, efectivamente, demostrar que no sé de qué va el rollo de las cilindradas y que la única vez que esquié en mi vida lo hice con guantes de muñecos en las manos y casi me mato nada más llegar (si quieres rememorar aquel lamentable momento, puedes hacerlo pinchando aquí). Y que por supuesto no sé de qué hablan cuando hablan de las finas líneas de expresión.

Como no llevaba el bolso, y por tanto no podía fingir buscar algo en él mientras esperaba a que alguien contestase, tuve que reaccionar:

- Yo... eh, bueno... la verdad... es que... no.

Quiso el universo que todas las personas que estaban a mi alrededor secundaran mi respuesta. Entonces, el padre, en un segundo arranque de empatía dijo:

- Normal, yo tampoco lo sabía.

Resulta que la mujer era maquilladora. De toda la puta vida, vamos. Y resulta que lo que ella, en un intento de ser snob (o de imbecilidad súbita) llama finas líneas de expresión son para el resto de l@s mortales, simples arrugas.

Haber empezado por ahí, hombre.

Creo que en aquel momento ví pasar una pelusa y con la excusa de limpiarla me escabullí como pude de la conversación. Ahí les dejé debatiendo acerca de temas tan interesantes como el maquillaje de las arrugas o el letargo de la larva de cochinilla. La gente pija tiene conversaciones que para sí las quisiera Punset.

El caso es que me puse a pensar (cosa que siempre hago con cualquier reflexión banal que intervenga en mi vida) en cómo somos, hay que ver. Hemos criminalizado tanto las arrugas que ahora las llamamos finas líneas de expresión. Resulta que lo viejo no sólo no es válido, sino que es invisible. Imperceptible. Impensable. Nunca estuvo, nunca ocurrió. Demuestra que puedes innovar y estarás de nuevo en el círculo. Deja ver que el tiempo ha pasado y estarás irremediablemente condenad@ al ostracismo.

Cada arruga es una vivencia, una pena, una alegría. Hay arrugas que salen de tanto llorar, o de tanto fruncir el ceño, o de los disgustos, como las canas, y otras arrugas que salen de tanto reír, o de tanto sorprenderse, de tanto disfrutar. Y todas, todas ellas, salen de tanto vivir.

No hay dos arrugas iguales. Cada cara tiene sus arrugas, sus marcas de lo vivido, de lo pasado, de lo sentido. Mi abuelo Patricio tenía arrugas de entrecerrar los ojos mientras trabajaba en el campo, intentando esquivar el sol. Mi abuela Isi tenía arrugas de encoger la boca al sonreír con gesto de ratoncillo. Mi abuela Maruja tiene arrugas de enhebrar las agujas para crear prendas maravillosas. Mi abuelo Valentín tiene arrugas de levantar las cejas mirando hacia arriba al medir a sus clientes con el metro para vestirles de señores y señoras de alta alcurnia. Mi madre tiene arrugas de poner cara de pillina cuando nos dejaba hacer alguna trastada. Mi padre tiene arrugas de hacernos muecas a mi hermana y a mí los sábados por la tarde, cuando nos quedábamos en casa después de comer y nos cantaba canciones, y nos contaba cuentos.

Por eso soy de la opinión de que todo lo que hacemos, que vivimos, que somos, merece la pena ser contado, y grabarse en nuestras caras, y en nuestras cabezas y en el mejor de los casos, en nuestros corazones, aunque sean cosas de las que una no quiere ni acordarse, aunque los surcos no siempre recuerden el mejor momento de nuestras vidas, aunque a veces maquillemos nuestras arrugas o peor, aunque busquemos a alguien que nos las maquille.

Todas las personas sabias que conozco tienen arrugas, finas líneas de expresión. De expresar alegría, tristeza, amor o desesperación. Pero arrugas de vivir, arrugas de ser.

Y son las arrugas las que dejan que en cada cara se lea una vida que merece ser contada.


PD. A todas mis amigas, (a María, a Mariu, a Raquel, a Merche, a las orejas incondicionales), a Brendita (sólo te menciono con pseudónimo, para que veas que te escucho), a Chari, a Norit, a Feu, a Roci, a Moni, a Rosa, a todas las que me dejo y a las que me hacéis feliz cada día, gracias por ser el bálsamo para mis líneas de expresión. Y muy especialmente, por estos tiempos que (nos) toca vivir, a Patri, gracias por acompañarme cada día en mi camino por este mundo cabaretero. Os quiero.



sábado, 26 de mayo de 2012

El Artículo 14

Nuestro flamante ministro de educación (y no me da la gana de poner el título con mayúsculas porque él mismo ha devaluado la figura), el señor Wert, ha decidido que la prioridad número uno, total y absoluta, en el sistema educativo es darle una vuelta ideológica a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que recordemos es impartida en 5º curso de Educación Primaria. Resulta que esa asignatura va a ser rebautizada como "Educación cívica y Constitucional"; y me encanta, porque por un lado a l@s maestr@s se nos forma (¡ja!) para que trabajemos con ese instrumento demoníaco que es la pizarra digital en pro de formar al alumnado con las "tecnologías del futuro" pero se nos obliga a trabajar un documento redactado hace más de 30 años que casi ni se menciona en el libro de Cono. Además se eliminan todos los contenidos que aluden a los conflictos políticos, sociales o ideológicos, porque eso no interesa, ni importa, ni nos gusta que l@s chaval@s lo sepan, no sea que les de por manifestarse, por quejarse o por votar a un partido minoritario y ya se sabe que del cuestionamiento del modelo a las drogas y el reggaeton hay sólo un paso.

Total, que me tengo que aprender la Constitución de arriba abajo, porque claro, igual este señor no se ha parado a pensarlo, pero las maestras y maestros del mundo nos preparamos las clases y tenemos que hacer un trabajo previo importante. Pues ahí que me pongo con los artículos y antes de que haya pasado un minuto llego a esto:


CAPÍTULO II.
DERECHOS Y LIBERTADES.

Artículo 14.
Los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.



¿A que queda precioso así redactado? Una lee esto y piensa: "Joder, qué suerte tengo de ser española".

Pero una se va a trabajar con esta reflexión y tiene la mala suerte de que un niño se le cae en la clase y se parte el labio. Y cuando la criatura levanta la cabeza se da cuenta de que no es unniñocualquiera. De que es el hijo de Fulanito de Tal y Menganita de Pascual, ambos dos famosos, ambos dos forrados de pasta y ambos dos adorados por el resto de la Humanidad.

Entonces una, en su ignorancia y su conocimiento de la Constitución, entiende que todos los españoles (las españolas no estábamos en aquel entonces, sólo limpiábamos la casa y esperábamos a nuestros maridos sentadas en un sofá cubierto por una manta de croché con una sopa de sémola puesta en perola de loza encima de la mesa, llena de platos de Duralex y con servilletas de tela) somos iguales ante la ley, se lleva al niño diminuto al centro de salud, rodeado todo él (el niño, no el centro) de juguetes y muñecos para que se le pase el disgusto y no se de cuenta de que se acaba de dar la hostia padre.

Con ese percal, y sin ambulancia ni nada (la urgencia obliga), una se cruza medio pueblo con el niñoen brazos, pensando por qué cojones se puso una camisa blanca esta mañana que ahora aparece como si yo viniera de una reyerta pandillera, llena de sangre. La misma que escribe llega con la criatura en brazos al centro de salud, sudando como un pollo, hasta los ovarios de la sirena del coche de policía que el crío lleva en la mano ("la próxima vez se trae un peluche"; piensa para sus adentros) y con los DNIs de sus progenitores en la mano, la tarjeta del cole y la paciencia saliendo por todos los poros del cuerpo.

Después de esperar la cola del infierno, una llega al mostrador con el niño, los muñecos, los papeles, el mosqueo y la sangre e intenta hacerle entender a la amable señorita dónde se halla el problema. La amable señorita deja de ser "amable" al minuto uno, y "señorita" al minuto dos, y se convierte en Mrs. Mordor cuando, acto seguido, te informa de que allí no te atienden porque los padres de la criatura tienen seguro privado, y de que si quieres le ve el médico, pero previo pago.

Una se queda ojiplática y recoge al niño, los muñecos, los papeles, la paciencia y el alma (que ya anda por los pies) y mete todo ello junto con las taquicardias en su coche (obviamente los coches de empresa o la ruta del cole en este caso JAMÁS están disponibles cuando se los necesita), coge una sillita, la apaña en el coche, monta al crío y se lo lleva al hospital privado en el que se atenderá al pequeño, que a esas alturas ya ni siente ni padece y se está metiendo un pie del Nenuco en la boca con el consiguiente problema que supone en un labio partido el contacto bacteriano de un muñeco babeado por medio Colegio.

Ahora conduce, canta, baila (distrae al niño, vaya) y evita que se toque la herida, que llore, intenta localizar a la familia (por millonésima vez) y no pierdas de vista toda la parafernalia que llevas encima.

Si agobia leerlo, no te digo vivirlo. Y con la primavera cayendo encima a 40º a las 4 de la tarde.

Por fin se llega al hospital privado, donde servidora, criatura, aviones, cochecitos, Nenucos, papeles, sangre, sudor y lágrimas (literales) nos bajamos de mi humilde coche (para nada digno de ese ocupante hijo de la alta alcurnia, perfecto para una maestra que no sabe qué es la cirugía estética) donde la sillita queda colocada para la posterior vuelta.

Todos los entes entramos en el hospital donde hay una cola que parece la del paro, así que volvemos a esperar pacientemente a que nos atiendan. El pequeño sólo sabe decir "Mamá" y yo me siento como la protagonista de "La mano que mece la cuna", porque todo el mundo me pregunta "¿Es tuyo?" y yo digo "No, no, jeje" y el niño llora desesperado gritando "¡¡MAMÁAAAAA!! ¡¡MAMÁAAAA!!" y la gente me mira raro, como se mira a una secuestradora loca que lleva un niño en brazos, una camisa llena de sangre, los pelos revueltos y la cara empapada y va armada con un Nenuco.

Por fin llegamos al mostrador y ¡oh! ¡sorpresa! El señor recepcionista, que despacha a todos los enfermos hacia una sala de espera, al ver quiénes son los padres de la criatura abre una puerta trasera y le pasa el primero a un pequeño cuarto en el que al momento entran una enfermera, un pediatra, un cirujano de Traumatología y la señora de la limpieza, que intrigada quiere ver cómo es el muchacho al natural.

Y el resto de los españoles, que esperan la cola pacientemente, aceptan que ese niño rubio que busca a su mamá desesperado y al que acompaña una loca despeinada es alguien importante, y asumen con pasmosa entereza que el niño tiene prioridad por encima del resto de sus criaturas aunque el Artículo 14 de la Constitución diga lo contrario.

Pero no contentos con eso, los padres consiguen por fin ser localizados (estaban en una fiesta, de esas que todos y todas hacemos a las ¿¿3 de la tarde??) y acuden veloces al hospital, entran por la puerta de atrás entre gritos de miedo y suspiros lastimeros de ell@s mism@s y le preguntan al médico:

- Doctor, ¿es grave? ¿le quedará cicatriz? ¡¡Es que es la boca!! ¡¡LA BOCA!!

Y obvian a la acompañante, me obvian a mí, una española igual que ell@s ante la ley que no sólo lo es, sino que ha acompañado a su pequeño en los momentos posteriores a la hostia padre y le ha dado todo su amor, su paciencia y sus energías. Ni siquiera pueden pensar en tener ojos para alguien que no es su chiquitín.

Y por supuesto no dejan que le traten en ese hospital. Le llevan a su cirujano de confianza, porque ellos son españoles, iguales ante la ley que el resto de los demás, pero les van a recibir los primeros y a hacerle al niño un cosido de labio que ni Jesús del Pozo, el rey de las costuras. Y todo ello sin dar las gracias ni a los médicos, ni a la acompañante, ni a la cola de personas que se han dejado mangonear para que el crío pase el primero y que ahora, víctimas de esta sociedad de mierda, sólo están pendientes de si ella realmente es tan guapa como en la tele o él parece un poco más gordo que en las revistas.

Así que servidora se vuelve al coche, desmonta la sillita, se limpia el sudor y se mira en el retrovisor izquierdo para ver que parece que viene de la guerra. Y con cierta melancolía de quien sabe que no puede hacer nada y se siente vencida piensa en el próximo curso, cuando con total convencimiento tenga que decirles a sus alumnos y alumnas en algún momento del horario:

Buenos días, chicos y chicas, vamos por donde nos quedamos el último día. Empezamos. Artículo 14 de la Constitución Española: todos los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna...







sábado, 19 de mayo de 2012

Estás gorda

Yo no sé qué cojones lleva el agua que beben las modelos, que se trincan dos litros y se mantienen toda la vida en una 34 de pantalón. Y no les hace falta nada más, ojo, todo es dormir 8 horas, beber dos litros de agua y ser feliz. Venga, coño.

Yo llevo más de la mitad de mi vida siguiendo algún plan de dieta. Yo bebo dos litros de agua al día, de la normal, de la del grifo de Madrid (que es la mejor del mundo) y lo único que hago es orinar (verbo asqueroso por cierto, bastante peor que mear a secas) de mil a mil quinientas veces diarias, pero adelgazar, lo que se dice adelgazar, pues no lo consigo. Y menos consigo que me quepa un pantalón de Stradivarius, tienda pensada para adolescentes de Biafra y nunca para mujeres de cualquier otra nacionalidad, edad o procedencia.

Por otro lado duermo con una calidad inmejorable, y pese a mis pesadillas tarantinianas consigo conciliar el sueño tantas horas como me lo proponga, consiguiendo en ocasiones incluso saltar de un día a otro sin tiempos de vigilia, así que no entiendo en qué estoy fallando y por qué no estoy tan buena como Gisele Bundchen, que es con diferencia la tía más buena de este planeta. Supongo que será herencia genética, porque si no no me lo explico.

El caso es que por mi herencia genética tengo una altura considerable que me permite (además de llegar a todas las estanterías y ver al vocalista de un grupo en un concierto por encima de la masa maligna) disimular aquellas pequeñas lorzas que la vida tenga a bien colocar en mi cuerpo con mayor agilidad que otras personas. A tí te sobran 10 kilos y parece que te sobran 20 y a mí me sobran 20 pero cualquiera diría que son 10 (hipotético todo, claro, si me sobrasen 20 kilos no estaría aquí tirada).

Lo que yo soy es una mujer española, con cuerpo guitarrero y gusto culinario. Por ese motivo me paso, como decía antes, la mayor parte del tiempo intentando bajar sin éxito un par de kilos para luego permitirme ponerme hasta el culo en cualquier ocasión venidera propicia.

El sábado pasado, una compañera con las que tengo mis roces (vamos, que no me aguanta) me llamó gorda, completamente en serio y delante de todo el mundo. Una madre me ofreció una galleta a la salida del cole y ante mi quinta negativa (se pueden aborrecer las galletas currando en un cole, de verdad que sí) ella le dijo a la madre:

- Ofrécesela a Fulanita, que está delgada.

- ¿Me estás llamando gorda? - le dije yo, medio en serio medio en broma.

- Pues mujer, un poco sí. Si no, te comerías esa galleta y otras veinte.

Y se quedó tan ancha.

Me sentó como un tiro, la verdad. ¿Será porque me atacó a una parte de mí que me creo a medias? Pues lo mismo sí, o lo mismo no. El caso es que el ataque a lo físico es muy fácil y jode mucho más que que te llamen "lerda"; porque en una sociedad en la que la imagen es todo una se siente herida en el orgullo cuando le dicen "no estás dentro de los cánones estéticos que han establecido El Corte Inglés y Sara Carbonero".

Con esta reflexión estaba yo cuando pensé en una cosa que ha ocurrido estas semanas atrás.  El tema es el siguiente: hay una niña de 6 años que está gorda. No "rellenita", ni "entrada en carnes". Objetivamente, está gorda, es decir, muy por encima del peso normal e incluso el sobrepeso normal de su edad.

El resto de sus compis se lo dicen con bastante frecuencia, pero sin ninguna maldad. Para ell@s es un dato completamente objetivo: ella es gorda, la otra es rubia, este niño es cojo y el otro es alto. No lo viven como algo peyorativo, sino como una evidencia a ojos de cualquiera, y la niña en cuestión tampoco lo lleva mal, lo vive como algo normal. Por eso decimos que l@s niñ@s son crueles, pero al revés, son totalmente sincer@s. No entienden por qué si a una persona le falta un brazo no se le puede tratar como tal, por qué hay que hacer como que eso nunca ha pasado. Y es completamente normal que, en su curiosidad infantil, pregunten al susodicho:

- Oye, y a tí ¿por qué te falta ese brazo?

Es en la madurez, cuando empezamos a llenarnos de prejuicios y de miedos, cuando vemos las cosas evidentes como algo negativo. Es el rasero de la perfección que nos autoimponemos el que nos dice: "estás dentro" o "estás fuera".

El caso es que la madre de esta pequeña oyó como el resto de sus compañeros y compañeras decían "Menganita es esa niña de ahí, la que está más gorda" y se traumatizó. Se quejó al colegio y pidió que la pusiésemos a dieta. Nada de lácteos, nada de pasta, ni pan, nada de galletas ni de batidos. Cuando el resto tienen helado, ella tiene una pera, y claro, los niños y niñas empiezan a asociar: si estás gorda, tu vida es una mierda, tan horrible que no puedes comer arroz con leche los viernes. Y tu madre se enfada, y la profe te mira con cara de pena.

Cada vez que hacían referencia al tema, les llamábamos la atención. "Eso no se dice", "No seáis maleducados", "Pídele perdón": "¿Perdón por qué?" preguntaban. "¡Si es que es verdad!" se quejaban.

Así fue como la pequeña comenzó a asociar su forma física con algo negativo. Lo que antes era un comentario infantil comenzó a hacer que la muchacha llorase por las esquinas y la madre estuviese cada vez más nerviosa. La cosa ha ido empeorando hasta que la madre ha tomado la decisión de llevársela del cole y meterla en otro con la esperanza de que su pesadilla deje de serlo.

Mi pregunta es: ¿cambiará la cosa? ¿O estará una niña tan pequeña dentro del bucle obsesivo de "la imagen lo es todo" desde tan temprana edad por culpa de una obsesión adulta?

Yo sigo con mi reflexión, y pensando cómo puede ser que en este mundo, con la cantidad de cosas que pasan, una niña de 6 años y yo estemos unidas por la misma lacra social que une a miles de personas. Que cualquier persona, para hacernos daño, pronuncie tan sólo dos palabras:

"Estás gorda".